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El Telégrafo

Rosenblit a lá Parks

30 de diciembre de 2011 - 00:00

Tanya Rosenblit tomó un bus y se convirtió en Rosa Parks. Tanya Rosenblit se sentó en el primer asiento del bus que debía transportarla por un barrio ortodoxo en Israel. Varios pasajeros (judíos ortodoxos) subieron y miraron con extrañeza a Tanya, pero decidieron sentarse en algún otro lugar. Eventualmente uno se paró en la puerta y no permitió que el bus continuara, mientras veía con desprecio a Tanya, mientras le gritaba “shikse” (yidish para “prostituta”). Llegó la Policía, que eventualmente volvió a pedir a Tanya que se cambiara de asiento. Tanya rehusó.  El policía entonces se bajó con la multitud que paulatinamente se disminuyó al agresor, mientras el bus continuó su camino, la mayoría del pasajero indiferente, más preocupado por llegar a tiempo que con la disposición de género en los buses.

Debo aclarar que Israel es un país profundamente democrático. Aunque hay un sector que extrañamente sataniza la política internacional de Israel, puertas adentro hay un insondable respeto a las libertades. Dicho esto, es importante entender la pluralidad cultural y religiosa que se desata en el país, para comprender cómo en un país “profundamente democrático” pueden seguir sucediendo este tipo de cosas. Pero lo importante no es el choque religioso-cultural (de esos ha habido muchos, incluyendo dos Intifadas), sino la respuesta a la intolerancia.

Tanya Rosenblit escribió su historia y enfatizó que ella respetaba la ortodoxia judía. Lo hacía al vestirse de manera recatada cuando sabía que transitaría por un barrio ortodoxo. Pero dijo que “estaba mal el uso de la religión como una excusa para eliminar los derechos primordiales de la gente: el derecho a la libertad y el derecho a la dignidad”. Y con esto hubo una reacción del Estado al igual que de la sociedad civil. Fue el primer ministro Benjamin Netanyahu (líder de derecha) quien dijo que “se oponía inequívocamente”, que no permitiría que grupos marginales rompieran el común denominador de los espacios públicos. 

Es decir,  la intolerancia fue respondida con tolerancia. Tanya Rosenblit no salió a descalificar a los judíos ortodoxos. Por lo contrario, habló sobre las buenas experiencias que tuvo cuando se bajó del bus y entró al barrio ortodoxo. Defendió, eso sí, sus derechos a ultranza, condenando irremediablemente los extremismos. Conozco países donde, por menos, la hubieran lapidado (avalado el acto por la sociedad). ¿Cuál es nuestra reacción ante la intolerancia? ¿De qué manera, como sociedad, respondemos a los abusos? ¿Qué avalamos: el extremismo o el “parksismo”?

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