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El Telégrafo
*Claudia Korol

Revolución Rosa

23 de enero de 2019 - 00:00

Se cumple un siglo desde el femicidio político de Rosa Luxemburgo, consumado el 15 de enero de 1919 en el Berlín de la República de Weimar alemana.

Lo nombramos como “femicidio”, no solo porque Rosa era mujer, sino porque ella, por ser mujer, fue perseguida, desprestigiada y maltratada –antes y después del crimen– con saña.

Cuando los esbirros la arrastraban a la muerte, el odio encendido en los seguidores de esa socialdemocracia descompuesta política y éticamente, generaba un griterío a su alrededor: “puta, loca, sanguinaria, violenta”.

La roja –en un país como Alemania en el que crecía la contrarrevolución–; la judía –en un país en el que se incubaba junto al racismo y el nacionalismo “el huevo de la serpiente”; el nazismo–; la polaca –en una Alemania que disputaba con Rusia desde hace años el territorio polaco donde nació Rosa–; la desobediente –que osó convocar a la juventud para que no fuera a la guerra imperialista–; la mujer autónoma –con parejas a las que se unió y de las que se separó en libertad–, fue ferozmente maltratada, como tantas mujeres que rompieron los códigos y mandatos sociales, y desafiaron al poder de un capitalismo patriarcal y de un socialismo machista y misógino.

Después del griterío acusatorio fueron las balas y un culatazo que le rompió el cráneo. Su cuerpo fue arrojado a las aguas del Landwehrkanal en Berlín. Una historia que en nuestros países del sur es más que conocida. Rosa criminalizada, Rosa presa, Rosa insultada, Rosa asesinada, Rosa desaparecida.

Pero Rosa volvió de todas las desapariciones. De la que pretendieron sus asesinos, y de la que posteriormente realizó el estalinismo, condenando su obra teórica al ostracismo.

No solo escapó de las aguas, regresando a la superficie y a las orillas del mundo. Poco a poco fueron llegando también sus ideas, sus reflexiones sagaces sobre la revolución, el socialismo, la libertad.

Un siglo después del crimen, Rosa abre las ventanas de la historia para seguir soñando revoluciones, y para realizar nuestros sueños tantas veces soñados. La memoria arde, Rosa. No podemos prescindir de ti. (O)

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