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El Telégrafo

Revolución silenciada

26 de junio de 2011 - 00:00

Se nacionalizaron los bancos, se rechazaron los dictámenes del FMI, se decidió no pagar la deuda externa y se organizó una asamblea popular para reescribir la Constitución Nacional. ¿En cuál país tropical está ocurriendo semejante horror? se preguntarán los consabidos defensores del statu quo. Pues se trata de un país europeo cercano al polo norte: Islandia, isla-estado, y no es de ahora sino de hace tres años. Pero ha sido silenciado.

En resumen, estos son los hechos: 2008, se nacionalizó la banca; la bolsa suspendió su actividad. 2009, se convocó a elecciones anticipadas ante las protestas ciudadanas frente al parlamento; cayó el gobierno; se impusieron los vivos que propusieron la devolución de la deuda de 3.500 millones de euros a cargo de una población de unos 300 mil habitantes; cada ciudadano se encontró con una deuda de 12.000 euros; los platos rotos de los banqueros debían pagarlos los ciudadanos. 2010, indignados éstos, se negaron a asumir deudas ajenas e imposiciones irracionales, dijeron basta y volvieron a las calles pidiendo un referéndum; éste se celebró y el NO al pago de la deuda arrasó con un 93% de los votos; los banqueros implicados huyeron; se recurrió al pueblo soberano para redactar una nueva constitución. La asamblea constitucional comenzó su trabajo en febrero de 2011 y presentará un proyecto de carta magna a partir de las recomendaciones consensuadas en distintas asambleas que se celebrarán por todo el país.

Lo que pasa en Islandia lo sabemos por un profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, Juan Manuel Aragüés, quien explica que los tres bancos principales de Islandia se lanzaron al abrigo del neoliberalismo rampante, a una política de compra de activos y productos fuera de sus fronteras, que resultaron ser basura. Vino la  bancarrota.

Aragüés recuerda que la política y quienes la ejercen debe estar al servicio de la ciudadanía y no de los intereses de entidades privadas cuya voracidad, cuyo egoísmo, cuya falta de ética  está en el origen de esta crisis. Y concluye: “la información ha sido siempre un arma de poder. Controlar la información es controlar lo que la gente conoce y, por lo tanto, condicionar su visión de la realidad y, con ella, sus acciones. En nuestras sociedades mediáticas la información se ha convertido en el centro de la batalla política, pues el acceso de los ciudadanos al mundo, a la realidad, se realiza a través de los medios de comunicación”. La información se vuelve mercancía en manos de corruptos.

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