Construir una identidad femenina, basada en la belleza física, reproduce la dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad.
La cosificación de las mujeres a través de los reinados envía un pésimo mensaje a la sociedad, en especial a las niñas y adolescentes, quienes asumen que ser agradable o deseable son modelos de representación, patrones de comportamiento e incluso valores intrínsecos de la mujer.
Cada vez a más temprana edad, las niñas se preocupan por su apariencia física, lo que degenera en trastornos alimenticios, baja autoestima, depresión. Llegando incluso a obsesionarse con cirugías estéticas o por estar en forma en términos patológicos (vigorexia).
La belleza física ha dejado de ser un medio para pasar a ser uno de los fines de la realización personal. La imagen ya no es una parte de nuestra identidad y de nosotros mismos, sino que es concebida como nuestro único yo.
Esta concepción ontológica del ser humano, reforzada por la lógica de la moda, la cultura de la imagen y la preocupación extrema por la salud, parece haberse instalado con bastante naturalidad y mucho más refuerzo social del que nos gustaría aceptar.
Los reinados de belleza son una forma de violencia simbólica, donde las mujeres no somos valoradas por nuestros logros sociales, profesionales o académicos, sino por lo bien “que nos vemos”. Argumento patético que por años ha estado instalado, con impunidad y poca resistencia, en nuestro imaginario social.
En un país donde la violencia de género es una dolorosa realidad, urge aunar esfuerzos para lograr desaparecer viejas dicotomías y dualidades entre géneros, evitando a toda costa que más mujeres asistan a un sutil proceso social que las produce y asocia con las características y roles asignados al género femenino por la cultura patriarcal.
Crear nuevos modelos de representación femenina bajo parámetros más lejanos de los cuerpos y más cercanos a las ideas, es lo deseable. (O)
