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El Telégrafo
Alicia Galárraga

Rabos de paja

15 de septiembre de 2019 - 00:00

Soy Anahí Monge y mi caso se dio a conocer en redes sociales como #JusticiaParaPriscila.
¿Por qué me animé a denunciar a mi depredador? En un país donde la justicia y una buena parte de la sociedad se caracterizan por revictimizar a quienes sufrimos violencia de género, ingenuamente creí que era suficiente con tener la verdad conmigo, además de un millón de pruebas y testigos.

La realidad por la que atravesamos quienes hemos sido víctimas de violencia de género me rebotó en la cara cuando me enfrenté a los operadores de justicia. Desde el comienzo todo jugó en mi contra: tuve que esperar más de veinticuatro horas para ser atendida en Flagrancia; quien más me impactó negativamente con su proceder fue un funcionario que me hizo acostar en una camilla obstétrica para constatar la agresión que sufrí (porque mi depredador me golpeó repetidas veces en mis partes íntimas).

No contento con examinarme él, me expuso ante tres estudiantes que hacían sus prácticas; en ese momento estaba todavía en total estado de vulnerabilidad por lo sucedido, no podía pensar, ni tampoco tenía fuerzas para resistirme a esta nueva agresión.

Ahora que lo recuerdo, todavía me lleno de coraje e indignación. ¿Por qué no se capacita a los operadores de justicia y a los policías (empezando por los de las UPC, que son los que tienen el primer contacto con las víctimas) en enfoque de género? Nos evitarían humillaciones y revictimización.

Ya en el proceso, si mi agresor no contaba con un abogado defensor, tampoco se perjudicaba: la Fiscal asignada a mi causa se encargó de culpabilizarme por todas las agresiones que recibí; además me pidió tantas pruebas (a mí, a la víctima) que algunas de ellas caen en lo risible y descabellado.

Ante los nuevos juicios que de oficio inició la Fiscalía en contra de mi agresor (por presión más que por convicción), su respuesta ha sido desprestigiarme en redes sociales exhibiendo pruebas de dudosa procedencia; pruebas que hablan de la ética y escala de valores que lo caracterizan.

Ahora que sé en carne propia a qué nos enfrentamos las víctimas de violencia de género en este país deseo que mi testimonio sirva para que otras mujeres en circunstancias parecidas a las mías se fortalezcan y, a pesar del escenario agreste, desenmascaren a sus agresores y busquen justicia. Hay que detener la pandemia de la violencia machista, sus cicatrices son demasiado difíciles de curar. (O) 

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