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El Telégrafo

Queremos tanto a Lichi

03 de agosto de 2011 - 00:00

Así titulaba Rubén Cortés su introducción al último libro de Eliseo Alberto: La vida alcanza. Quererlo fue un honor y una razón para sentir la vida de otras formas y en otras dimensiones. Cubano de pura cepa, para usar un lugar común que ahora adquiere otra dimensión política y humana, se nos muere demasiado pronto, pero lo hace resistiendo dolorosamente y con toda la dignidad de un ser humano profundo y brillante. Por eso su despedida se resume en la frase que recoge Rubén Cortés a propósito de la diálisis a la que se sometía y que no le sirvió para seguir escribiendo: “Esto es duro, hermanos, muy duro. Es como si te metieran un balazo en el pecho cada 48 horas. Yo resisto por ustedes, para no darles la tristeza enorme e inconsolable de no tenerme”.

Y esa frase revela lo más íntimo e intenso de Eliseo Alberto (Lichi): su generosidad y responsabilidad con la amistad y con la literatura. Hijo del gran poeta Eliseo Diego, Lichi se hizo un narrador nato, contador de historias, con unas ironías y sutilezas que ahora podrán valorarse mejor. Sus libros dan testimonio de que para él la literatura no era un asunto de modas, compromisos y menos beneplácitos con nadie. Y creo que escribió sin despegarse de La Habana, a pesar de ya no vivir muchos años en ella. Era de esos habaneros que empalagan la noche contando historias y envuelven el corazón con su sabiduría.

Por las calles de La Habana recogió mil historias y modismos no solo para escribir historias sino para imaginar un universo lingüístico, cultural, social y hasta para diseñar otro futuro despreciando las fórmulas políticas ortodoxas y apelando a la poesía de la razón.

Cuando vino al Ecuador y tuve el privilegio de presentar Caracol Beach, la ganadora del premio Alfaguara, me devolvió algo que compartimos cierta ocasión en La Habana: la pasión por la literatura clásica y por la lectura sin anteojeras. Hablamos de tantos libros y de tantas obras maestras, que se las había leído con rigurosidad, que la lista resultó extensa y voluminosa. Y me dijo algo que me martilla la cabeza estos días: “Chico: escribir atormenta, revela todo lo que eres”. Por eso, la prueba de quién era Lichi está en sus libros y nada más. Algunas entrevistas solo exhiben al hombre político y polémico, satírico y vacilón.

Con su muerte nos quedamos con ganas de leer más obras de Lichi, las muchas que imaginaba y preparaba seguramente. Pero sobre todo nos cala un hondo dolor, tan profundo como debe ser lo que él sentía en cada diálisis: un tiro certero que deja un hueco por siempre, para no agradecer a ningún dios por llevarse a la gente buena.

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