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El Telégrafo
Ramiro Díez

¿Qué hacemos con los travestis?

30 de enero de 2014 - 00:00

Las personas pudorosas no deberían ir de turismo al mar Caribe. Allí llegan más de cien millones de visitantes al año. Hay, además, muchas mujeres con cuerpos esplendorosos, bikinis pequeñitos. Y en ocasiones, hasta se los quitan para que el sol les broncee toda la anatomía. No puede ser. Pero lo peor es lo que pasa bajo el agua. Allí ya se rompen todas las normas morales. Adiós al pudor, a la vergüenza. Ese es el mundo de la degradación y del pecado. Les cuento lo que vi, alguna vez que estaba haciendo buceo.

Lo tenía frente a mis ojos: medía 40 centímetros. Ostentaba un color rojo, intenso y rayas azules y amarillas a sus lados. Todo un espectáculo. Era un pez serranellus, muy común en esa zona. Y empezó a bailotear, exhibiéndose, ante una hembra de su especie, de colores marrones, apagados. Después de un coqueteo de un minuto, la hembra depositó sobre el lecho del mar un número grande de huevos, unidos por una gelatina transparente. Enseguida, el macho se retorció sobre ellos y arrojó su esperma para fecundarlos.

Hasta ahí, “normal”, lo que conocemos. Pero la sorpresa vino después: El macho empezó a perder colores. El rojo se tornó en marrón opaco, mientras la hembra sufría la metamorfosis opuesta: empezó a ponerse de un rojo intenso, con rayas azules y amarillas a los lados. Ahora la hembra era un macho que empezó a coquetear delante del primer macho que se había convertido en hembra. Todo esto, en menos de tres minutos.

El primer macho, ahora opaco, convertido en hembra, se acercó a los primeros huevos, agitó suavemente las aletas, y dejó caer otro gran número de huevos envueltos en una membrana transparente. La que antes era la primera hembra, ahora llena de colores y con movimientos y apariencia de macho, se acercó a los huevos, se retorció delicadamente, y los bañó con esperma. Después, la pareja se separó, cada uno por su lado.

Los estudios modernos sobre la fauna marina encuentran que no hay ni psiquiatras, ni sicólogos, ni moralistas, ni clínicas para tratar a los que cambian de sexo. Y no son los serranellus los únicos que viven a su gusto. Otro caso es el de los peces conocidos como meros. Antes de los diez años, todos los meros son machos. A partir de esa edad, los machos se convierten en hembras. Dicen que cuando dos meros hembras se encuentran, siempre dicen: “antes yo era un mero, mero macho”. Todo esto sucede sin que Neptuno, el dios del mar, se haya preocupado jamás de mandar al infierno a ninguno de ellos. Todos estos espectáculos de la naturaleza maravillosa se los pierden los que no saben buceo y los que no quieren ir al Caribe, mar peligroso, lleno de bikinis sobre la arena, y travestis bajo el agua.

Aquí, el blanco, que es hombre, gana con toda la fineza de una dama:



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