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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

¿Qué es esa democracia que llamamos Ecuador?

24 de abril de 2015 - 00:00

No creo que se debe confiar en un gobierno, en ningún gobierno. Por lo menos no se debe confiar sin esa duda constante que da la incertidumbre de la información limitada y parcializada que recibimos. El Gobierno es élite y buenas intenciones. ¿Es el representante del pueblo, de los mandantes? Es el representante que responde a cierta parte de esa aglomeración llamada ‘ciudadanía’, y sus buenas intenciones son juzgadas por quienes son beneficiados, o no, por estas. Pero la democracia también es equilibrio, ese frágil (o menos frágil, según el país) estado entre el conflicto y la violencia, entre la pluralidad y el absolutismo.  Porque las élites no son una sola y esa disputa por el poder es agresiva. Porque es hay una batalla constante por definir el estado de las cosas.

Dicho esto, ese “airecito franquista que sopla por aquí” que pregona Martín Pallares en El Comercio es el reflejo de un ideal, no donde se refleja una ciudadanía empoderada y libre, sino donde se busca reducir el poder a otra élite, a otro poder. Pallares critica el espacio que se dedicó a la ‘réplica’ del Ministerio de Finanzas a una publicación de El Universo sobre la seguridad social, que no es réplica, según él, sino estrategias franquistas para que la única ‘verdad’ sea la ‘verdad oficial’. Yo no sé si una réplica del Gobierno sea un reflejo de ‘premodernismo agudo’.

Sé que prefiero el conflicto a la aceptación tácita de lo que los medios están dispuestos a construir como realidad, que prefiero el cuestionamiento a la prensa desde su calidad de poder. Es que la alternativa es Obama diciendo que él no puede y prefiere no distinguir entre prensa buena o mala, pero también es un Presidente sin conflicto, o donde lo permitido es en un campo delimitado por las fronteras que el statu quo está dispuesto a conceder. Y una prensa así es peligrosa: la ‘guerra contra el terrorismo’ no es la ‘guerra contra el terrorismo’ sin Fox, sin Murdoch y los 247 editores supuestamente independientes de los periódicos que posee por todo el mundo que apoyaron, sin excepción, la invasión de Irak.

Este Gobierno está lejos de ser perfecto (aunque qué es un gobierno perfecto, pues no lo sé). Y el tratamiento de la libertad de expresión son harto criticables. Pero ese conflicto, ese cuestionamiento a la línea históricamente intransigente de lo que se define como libertad de expresión, es una manera de redefinir una democracia que no tenía conflicto. Y una democracia sin conflicto es el ideal neoliberal, el Estado corporativista, donde el promedio de las decisiones son reflejadas en un mercado que lo estabiliza todo (pero que, ¡vamos!, es simplemente llevar el equilibrio a quien tiene los medios para controlar ese mercado).

Lo que le queda el ciudadano es el voto. Le quedan también las calles, pero incluso ahí uno no sabe para quién termina trabajando. También le queda tomar y preservar los pocos espacios verdaderamente libres que nos quedan: internet. Que incluso en los medios públicos tenemos nuestras cargas. Pero también llega un punto donde parecería que al ciudadano no le queda mucho más que esperar. Esperar que ese equilibrio decante por algo un poco mejor, aquello a que aspiramos como clase, o sociedad, o comunidad. Esa serie de valores compartidos del ideal: ese Sumak Kawsay, esa felicidad, esa prosperidad o esa estabilidad. Esa libertad o esa igualdad. Ese algo que no se termina de concretar. (O)

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