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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

Pulso a la opinión, allá y acá

14 de marzo de 2016 - 00:00

¿Es mejor el periodismo luego de la promulgación de la Ley de Comunicación en 2013? Respuesta relativa porque no se aprecia, ostensiblemente, que ese oficio y profesión haya experimentado un salto cualitativo que lo distinga de aquel que tanto se criticó, pues las referencias concretas que se sabían sobre sus debilidades de forma, fondo, intereses y relaciones de poder aún se mantienen; basta ver la migración de cierto periodismo (escrito o televisivo) al formato virtual para constatar los prejuicios, la subjetividad y la perversidad ideológica de su carpintería mental.

Hace una década ya era notorio que el periodismo político dominaba una parte de los medios privados (con enorme incidencia en lo público), y tal ¿casualidad? hería la amplia perspectiva que proveía trabajar –con agudeza- los distintos hechos sociales, ideas y teorías y, además, sus posibilidades interpretativas en el campo comunicacional.

Pero esas ‘lecturas’ de la realidad lucían y eran velada y terriblemente unívocas, al margen de que se diga lo contrario. Así, tres años después de la vigencia de la Ley de Comunicación, el maniqueísmo del periodismo de opinión injertado en los otros géneros (supuestamente) regidos por la libertad de expresión más penetrante, ha instaurado un ejercicio de divulgación instantáneo y fatalista que solo atina expresar, de modo mórbido, una orientación que refleja los intereses de una filosofía que le debe todo a la concepción utilitaria de los humanos y las cosas.

Por eso resulta obvio que las entrevistas y programas de análisis extraviaron el horizonte crítico y argumental de los hechos y las ideas escudriñadoras de lo social, sobre todo porque siguieron –y siguen- concentrando en determinadas almas la viabilidad de cualquier dinámica (política, económica, cultural, etc.).

La desaparición (supongo que temporal) del programa Pulso político, que tan bien conduce Carlos Rabascall y que tan bien le hace a EcuadorTV como canal público, pone sobre la mesa el debate del periodismo de opinión en el formato entrevista/debate. Ese programa tenía una ventaja evidente: Rabascall es un hombre que sabe conjugar sus valiosas habilidades comunicacionales y su legítima postura ideológica; sin ocupar el sitio del político -en actitud latentemente agresiva- que quiere servirse de la supuesta polarización que vive nuestro país para ridiculizar tendencias de derecha o de izquierda. El esfuerzo de Carlos enseña, vaya concurrencia de imperativos de la formación de opinión pública, que si se quiere cambiar ¿un poco? el chip del periodismo a la ecuatoriana, es ineludible reforzar un programa que toma el pulso a la política criolla sin tapar el raquitismo de sus actores, pero lejos de la marrullería.

Traigo a colación este ejemplo para señalar la urgencia de reconfigurar lo que un día fue nuestra apuesta mediática y política: el periodismo público. O sea, un periodismo que no se limite a denunciar que el enemigo es peor que el resto. En el caso de Carlos Rabascall muchos sabemos que es un comunicador que trabaja con talento y gran decoro; ergo, el periodismo público no lo puede perder en un momento de nuevos desafíos. (O)

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