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El Telégrafo

Procrastinación

05 de julio de 2012 - 00:00

Es una palabra rara cuyo significado es  diferir o aplazar y viene de las raíces latinas: “pro” que significa para y “cras” que significa mañana; es decir “dejar para mañana” y que aplicada a la idiosincrasia ecuatoriana sería como preguntarse: ¿Por qué nosotros no nos forzamos a hacer ahora aquello que queremos y debemos hacer?

El ahorro por ejemplo, debido a la facilidad del endeudamiento de consumo y de las numerosas tarjetas de crédito que cualquier ciudadano común y corriente tiene, ha llegado a cifras negativas. Esto significa que no solamente no estamos ahorrando, sino que gastamos más de lo que ganamos. Y es que hemos sucumbido a un rampante consumismo dejando el ahorro para más tarde.

¿Cómo sucedió esto? ¿Recuerdan ustedes las casas antiguas en las que nos criamos la mayor parte de mi generación? ¡No tenían clóset! Sí señores, teníamos un mueble generalmente de madera, llamado armario, que, dependiendo del bolsillo del dueño, era de dos dimensiones: de un cuerpo que apenas podía guardar un par de trajes y pantalones y contenía tres pequeños cajones para camisas, ropa interior y el resto de nuestro atuendo, y se cerraba este mueble con una puerta; y el más grande de dos cuerpos que ya pueden imaginarse, era del doble de capacidad y con dos puertas. Y en ellos cabía todo nuestro vestuario.

¿Quién iba a pensar que desde finales del siglo XX se construyen las casas y apartamentos con los denominados “walk-in-closets”? Y es que en efecto podemos caminar alguna distancia dentro de estos inmensos armarios empotrados en las paredes, que son de innumerables cuerpos y nuestros ecuatorianos, especialmente “pelucones” o sus aspirantes, han encontrado la forma de llenarlos hasta la misma puerta.

Ahí se guarda ropa y más ropa, pues “pelucón” que se precie no puede repetir vestuario en la misma semana o quizás en el mes. Y se llena a base de las “compritas” hechas en Miami (pues requisito para ser “pelucón” es viajar a la “yoni” por lo menos una vez en la vida) o en su defecto, si consecutivamente le han negado la visa (cosa que suele suceder en “pelucolandia”) siempre hay un “pana” que se gana la vida trayendo “matute”.  Y todo esto lo puede comprar con dinero plástico  con crédito diferido.

¿No sería más inteligente que los ecuatorianos  ahorremos, como lo hace la gente muy  juiciosa? ¿Por qué no ponemos algo del salario mensual en el “chanchito”, como lo hacíamos en los viejos tiempos? ¿Por qué no diferimos  las compras de aquello que queremos, hasta que podamos realmente pagarlo? ¿Por qué  no podemos resistirnos un poco a esas tentadoras ofertas? ¿Por qué dilatamos el ahorro y no ejercemos algún autocontrol en el gasto?

Todos tenemos la buena intención de ahorrar, pero ya sabemos que “el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones”. Prometemos ahorrar para la vejez, pero nos gastamos nuestro dinero en unas vacaciones -todo incluido- a algún sitio exótico de  Decamerón.  Iniciamos la dieta, pero sucumbimos ante el carrito de los helados.

Prometemos ir al médico a chequear nuestra presión arterial y colesterol y cancelamos la cita hasta que nos viene un paro cardíaco. Somos maestros en el arte de dejar para mañana.

¿Qué perdemos cuando nuestros impulsos fugaces  nos desvían de nuestras metas de largo plazo?  Nuestra salud se afecta con cada cita al médico que aplacemos, con la comida chatarra y con  la falta de ejercicio. Nuestra riqueza se reduce (o nuestra pobreza se incrementa)  cuando olvidamos nuestra promesa de ahorrar más y gastar menos.

¿Por qué perdemos tantas veces nuestra lucha para no aplazar o dilatar lo que debemos hacer? Pues  simplemente porque cedemos nuestras metas de largo plazo por la inmediata satisfacción. Y eso, mis queridos lectores, es procrastinación.

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