Odebrecht es la empresa brasileña que terminó por contaminarlo todo. Corrompió hasta los tuétanos de la política sudamericana. No fue una operación sin precedentes. Lo singular de este caso es que fue descubierta. Altos cargos de Perú, Argentina, Colombia y Brasil están en la mira de la justicia, en prisión o en el recuerdo, como el caso del suicidado Alan García.
Por las acciones de esa empresa, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva no paga culpas. Y es que en ese caso, la suya fue la de haber oficiado de gerente de marketing de la marca Brasil, tarea que atañe a un mandatario. Lula se lo había tomado tan en serio, que Odebrecht avanzó y ahí están las consecuencias. El escándalo dando la vuelta al mundo y Jair Bolsonaro, increíblemente, presidente de Brasil.
Y es que tanto Bolsonaro, como su ministro de Justicia, Sergio Moro, quien cobró popularidad por haber enviado a Lula a la cárcel, están más cuestionados que Lorena Bobbit. El exjuez quedó al desnudo por los mensajes telefónicos que no lo dejan bien parado en la investigación a Lula y el presidente, amén de su gestión, quedó envuelto en el caso del sargento Manoel Silva Rodríguez, miembro de su comitiva, quien cargaba 39 kilos de cocaína en Sevilla, de viaje para el G-20.
Y es que Bolsonaro -además de presidente es militar, como el detenido- prometió al llegar al gobierno, combatir el narcotráfico como nunca antes en la historia de Brasil y ahora viaja en los aviones con los estupefacientes.
Es evidente que a esta altura el problema no es ideológico ni de intereses. El problema, según las evidencias, radica en los errores a la hora de hacer el casting con que el poder real en Brasil intentó reemplazar lo que quedaba de la clase política. Y eso que la Cadena Globo si en algo tiene experiencia es en escoger actores para sus exitosas telenovelas. Pero la realidad en Brasil y en Sudamérica no es precisamente un culebrón, sino lo más parecido a una tragicomedia. (O)
