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El Telégrafo
 Ricardo Hidalgo Ottolenghi

Los pre-enfermos

20 de abril de 2022 - 00:00

Suelo embromar a mis estudiantes diciéndoles que una de las contribuciones de la medicina ecuatoriana a la ciencia universal es el diagnóstico de dos patologías inexistentes: la primera es “principios de fiebre reumática”, juicio clínico generalmente sustentado en la realización de unas pruebas de laboratorio de escaso valor predictivo pues, el diagnóstico de certeza de la fiebre reumática se realiza con unos criterios eminentemente clínicos. La otra pseudo enfermedad es el “preinfarto”, y se trata de cuadros de dolor torácico agudo de causa no cardiaca, que llevan a la hospitalización del paciente en centros privados con dudosas consecuencias para la salud, pero con una elevada nocividad para el bolsillo.

De un tiempo a esta parte, se viene pregonando el ejercicio de la medicina predictiva enfocada en el diagnóstico anticipado, en la detección de enfermedades antes de que surjan los síntomas y, en la prevención de patologías con terapias precoces, llegando a tratar como pacientes a personas sanas.

¿Cuál es la línea que separa la salud de la enfermedad? ¿Cómo es que los “expertos” deciden donde termina la salud y empieza la enfermedad? Cualquier desviación de este límite por más pequeño que sea, puede significar más salud, pero también millones de pacientes, con el consecuente incremento del gasto en medicamentos y cuidados.

Hace poco, hubo una videoconferencia en la que se comentaba esa frontera, la del ciudadano que ya no sabe si está enfermo, debe cuidarse o sencillamente está totalmente sano, pero mejor si toma determinados medicamentos o “vitaminas” para prevenir “por si acaso” lo que sea. Uno de los participantes recordaba cómo son los grandes ensayos clínicos financiados por laboratorios farmacéuticos los que frecuentemente modifican los parámetros que separan la enfermedad de la salud.

Para poner un ejemplo, pongamos el caso de la hipertensión arterial que, en realidad, no es una enfermedad propiamente dicha, sino un factor de riesgo de sufrir dolencias como un infarto al corazón, una hemorragia cerebral, daños renales, etc.  Es fácil entender que a mayor presión hay mayor riesgo de lesión orgánica, pero ¿dónde empieza la hipertensión?

Hace ya algún tiempo apareció el concepto de “prehipertensión” cuando un grupo de expertos definió como prehipertensas a las personas con cifras de presión sistólica de 120-139 o diastólica de 80-89. Así, de la noche a la mañana había millones de enfermos o pre-enfermos susceptibles de ser tratados.

A pesar de la universalización de las directrices norteamericanas, el concepto de prehipertensión no fue aceptado. De hecho, se recuperó el criterio de “presión nor-mal alta” y unos cuantos miles de pre-enfermos volvieron a ser sanos.

La diabetes, osteoporosis, hipercolesterolemia, etc., son otros modelos de patologías cuyas definiciones han sido flexibilizadas, aumentando el número de pre-enfermos con una base científica puesta en entredicho porque se sustenta en inferencias estadísticas que amplían los límites de la enfermedad.

¿Hasta qué punto los cambios están determinados únicamente por criterios médicos o por modas con otros intereses? Como dice el viejo refrán: “el médico y el confesor, cuanto más viejos mejor. Que escojas te aconsejo, barbero joven y médico viejo”.

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