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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Practicar el bien

06 de marzo de 2014 - 00:00

Una persona abierta a la trascendencia se muestra profundamente humana. El ser humano que mira de frente y sin temor los paisajes de la eternidad se hace capaz de repartir amor a sus semejantes.

Se hace preciso recorrer los caminos del amor fraternal entre las personas, buscando la bondad infinita de Dios. El amor se presenta en el hombre a través de la cultura, la caridad, el arte, la promoción de nuestro prójimo, la ayuda a los más necesitados y, sobre todo, en la satisfacción del deber cristiano cumplido.

Los seres humanos que practican el bien tienen la habilidad de brindarse a sus amigos, para ayudarlos frente a los cambios que enfrentan en la vida. No temen mostrarse vulnerables, porque creen en su singularidad y están orgullosos de ser lo que son. No dicen todo lo que saben, aprecian a los demás por lo que hacen; no son avaros ni envidiosos, actúan con serenidad y decoro; no hacen chismes de los comentarios que escuchan, saben callar y no se meten nunca en lo ajeno; aman a su cónyuge y son siempre fieles; en la prosperidad no se envanecen, y la desgracia no los doblega, porque saben hacer la voluntad de Dios, cualquiera sea la idea o creencia que tengan de Él.

Tienen la capacidad de compartir sus bienes con los demás porque siempre se aseguran de que el amor forme parte de todo lo que hacen. Visitan a sus amigos cuando están enfermos o cuando están pasando por duros momentos. Sirven a su prójimo sin esperar nada a cambio, recordando que es más gratificante dar que recibir. En fin, tienen la capacidad de comprender y ayudar a los demás olvidándose de sí mismos, porque han llegado a entender que es el amor lo que marca todo en sus vidas.

Ernesto Sábato sostenía: “Dentro de la bondad se esconden todas las formas de la sabiduría. Podemos afirmar sin ambages que un Estado suele ser mejor gobernado por una persona buena, que simplemente por buenas leyes”.

El maestro Confucio predicaba: “La bondad es el clima donde mejor se desenvuelven todos los derechos humanos. Es cierto que no todas las personas pueden ser muy inteligentes, grandes, importantes, pero todas pueden ser buenas”.

Para ser consecuentes, procuremos ser pacientes y humildes; hagamos algo por la felicidad de nuestros congéneres, concedamos la razón y no rebatamos; debemos reconocer nuestros errores y limitaciones; no nos creamos sabios, ni poderosos ni mejores que nadie; no humillemos, ni acusemos, ni subestimemos ni censuremos la moral ajena.

No nos conformemos con alabar y ponderar a las personas buenas; resulta mucho mejor imitarlas y tratar de ser como ellas.

La mejor manera de acabar con el mal consiste en practicar el bien. Procuremos no vencer la malicia con más maldad o con propósitos de venganza, sino con acciones de amor y de bondad. El bien y la bondad nos permiten superar las contrariedades de la vida y convertirlas en bendiciones. Donde se encuentra una buena persona, nace y florece la esperanza, madura el amor y se enciende la lámpara de la fraternidad.

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