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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

Petulancia y ambición en la política

27 de septiembre de 2014 - 00:00

La petulancia y la ambición son desvíos reflejados en la conducta humana. El hombre o la mujer atrapados por esos antivalores corren el riesgo de caer en el más escandaloso desprecio. El vanidoso no logra ocultarse, se lo descubre, al igual que a las fechorías delictivas. Afirma Jaime Balmes: “La vanidad es la molicie del orgullo”. El ambicioso busca, desesperado, aun sin méritos, riqueza, poder y fama, utilizando abusos y mañoserías. Finge humildad hasta conseguir posición relevante en el medio social. Un sabio respecto del tema sostenía: “Muchos triunfarían en cosas modestas, si no estuvieran obsesionados por grandes ambiciones”.

El petulante se cree un ser superior, autosuficiente, portador único de la verdad y propietario absoluto de todo lo que lo rodea. Se burla de los jueces y cuando siente el peligro de perder el control o mando, desesperado, convoca a sus aliados, arma supuestos frentes de lucha para continuar exhibiendo su arrogante y ficticia postura. En la vida política nacional se destaca, lamentablemente, esa clase de personas, para vergüenza de la ciudad y del país. Por allí alguien advierte que no obedecerá leyes impulsadas por el oficialismo, se cree sabido, superior a la ley y con desafiantes ademanes invita a sus acólitos a seguir su ejemplo. Por allá, otro que se hace llamar líder indígena, con ínfula, se declaró en desobediencia civil y, como si fuera un todopoderoso, aseveró que no cumplirá con el registro que establece el Decreto 16 para las organizaciones sociales. Y lo más grave es que hay otros que azuzan a inocentes a la violencia y conspiración.

Qué pena que todavía existan dirigentes políticos de la derecha que no piensan más que en sí mismo, engreídos, de comportamiento altanero que solo se dedican a fortalecer su ego, en perjuicio de los intereses de los demás y del país. Se olvidan que con el advenimiento del gobierno de la Revolución Ciudadana se inauguró la justicia en Ecuador y que hoy se encuentran en funciones gobernantes y autoridades legítimas, decididas con firmeza a hacer respetar el imperio de la ley.

La ambición se evidencia con precisión en la actividad política. Muchos jóvenes, profesionales y dirigentes políticos, suponen que ese es el escenario más apropiado para alcanzar poder, riqueza y fama, pero no todos logran resultado favorable en su desenfreno. Unos no llegan a la Presidencia de la República, otros, solo se quedan en la puerta de la Fiscalía General y en la escalera de la Presidencia de la Asamblea Nacional. Confundidos y desorientados, los frustrados deambulan sin norte y dispuestos a pactar con quien les ofrezca un nuevo paraje.

Es tiempo de terminar con los rufianes de la política. Hay que formar, como la hace Alianza PAIS, líderes con firmeza ideológica, amplia cultura y sentimiento humanitario. Se han perdido los valores y su rescate se vuelve inaplazable. Hoy, cuando se vive un proceso de cambio, precisa fortalecer la unidad de acciones para la construcción de un nuevo orden, donde, desaparecida la mediocridad, imperen la paz y la justicia social.

Repito lo que dice Feuerbach: “La mediocridad pesa siempre bien, pero la balanza es falsa”; y Rochefoucauld: “La gloria de los grandes hombres debe medirse siempre por los medios que han hecho para adquirirla”.

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