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El Telégrafo
José Velásquez

Mauro Velásquez Villacís

18 de marzo de 2019 - 00:00

Llegó por primera vez a una radio siendo un chico de 16 años. Se fue del periodismo sin irse, dejando escuela. Antes del don de la palabra, Mauro Velásquez esculpió el don de la lectura. Doña Yolanda Villacís le compraba revistas y en los párrafos de El Gráfico descubrió su vocación. Paralelamente su papá y su tío Leonardo lo llevaban al estadio.

Mauro padre, exsenador y abogado, tenía una columna de opinión diaria en la desaparecida radio Ondas del Pacífico. Pero el hijo hizo su propio camino hasta los micrófonos con una dicción perfecta y un tono inconfundible. Era articulado y solvente. Cada idea hilvanada denotaba inteligencia, orden y conocimiento.

Mauro devoraba publicaciones de todo tipo en una época en la que no se hacían clics sino que se daba vuelta a las páginas. Estaba marcado por el conocimiento. Podía recitar de memoria una alineación o una ley. Y a pesar de que podía ser un personaje intimidante, cuando Mauro Velásquez hablaba la gente lo escuchaba.

Su análisis no estaba atado ni encerrado. Decía lo que pensaba, con respeto pero sin filtro. Su frontalidad le costó varias oportunidades laborales. No callaba ni por conveniencia ni por instrucción. Y así dejó ver su bandera amarilla y su alma guayaquileña. Era severo en el error y generoso en el acierto. Mauro Velásquez intentaba siempre ser justo. Pero su espontaneidad sin protocolo resintió a muchos aficionados. Entre sus colegas, en cambio, su verbo y su ética laboral agigantaban su leyenda.

Fue director nacional de Trabajo, juez provincial de lo civil y juez de lo laboral. Pero su corazón se debatía entre dos amores: el fútbol y el periodismo. Y aunque vivió este idilio en todos los diarios nacionales del país (excepto El Comercio) y en varias radios, revistas y canales, los hinchas lo domicilian en Radio Caravana.

Creó el primer programa de TV con resumen de la jornada futbolística (La número 5 en acción) y escribió El fútbol ecuatoriano y su selección nacional. Barcelona bautizó con su nombre la sala de audiovisuales del club.

Sobrevivió a un cáncer, a una operación de corazón abierto y a la pérdida de un oído. Hoy lucha contra la enfermedad más ingrata que un historiador pueda sufrir. Acaba de cumplir 76 años y muchos seguimos asistiendo a su escuela, incluso sin darnos cuenta. (O)

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