Volver es un verbo que los argentinos recibimos, conjugado, en cada biberón al nacer. Siempre se vuelve al barrio, al primer amor, y a cometer siempre los mismos errores políticos y económicos, como refleja la historia. Eso en tanto Ser Argentino. Profesionalmente, estamos obligados a reflexionar sobre la necesidad de volver a ese lugar sagrado del que nunca debimos renegar ni abandonar.
El periodismo en el planeta se ha transformado en una suerte de campo de batalla de intereses y en una plataforma donde abundan los lugares comunes, los artículos publicitarios -esos que los colombianos bautizaron mejor que nadie como “putirreportajes”-, casi siempre disimulados y de donde los lectores huyen para refugiarse en el anarquismo y la impunidad de las redes sociales.
En los últimos años los medios tradicionales se asemejan bastante a un vapuleado boxeador contra las cuerdas, delatando hasta problemas de sintaxis y de ortografía. Los programas de actualidad política son más dignos de Laura Bozzo, que de un debate de ideas.
La decadencia parece ser un mal de época, pero suelen aparecen honrosas excepciones, que luchan cada vez con más dificultades para llegar a la verdad con las “viejas” armas del periodismo. Desde los tiempos de Herodoto (484-425 a.C.), considerado el primer periodista, hasta que la revolución tecnológica llegó a su cenit, buscar la verdad, contrastar, cotejar y chequear las fuentes para sostener lo que se dice o publica, sigue siendo el ABC del periodismo. Había que bucear en archivos de toda índole, o bien, en la podredumbre del crimen y la corrupción para sacar la verdad a la luz.
Hoy, casi todo está ahí. Prácticamente en la superficie. Pero los medios tradicionales y buena parte de la mayoría de los colegas parece que eligen otro camino. El de la “opinología” sin fundamento o la discusión banal. Mientras, otros, los menos, se atreven a llegar hasta la verdad.
Por eso hoy, con los medios en crisis, con el periodismo cuestionado, es necesario volver a las fuentes, a la crónica dura, a desempolvar las viejas herramientas de la profesión más bonita que pueda existir, abandonando las egotecas y los espacios dedicados a la farándula para ponerse al servicio de la democracia y la sociedad y así cantar con Aníbal Troilo: “Si yo nunca me fui, siempre estoy volviendo…”. (O)
