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El Telégrafo
Felipe Rodríguez

Pericles, Temístocles y Tuárez

01 de julio de 2019 - 00:00

La idea de la democracia es que el pueblo pueda legitimar la actuación de sus representantes, pero en Ecuador es la comprobación del fracaso de este sistema, producto exclusivo del voto obligatorio. Empecemos por lo constatable: quienes leen esta columna jamás han puesto un presidente. Quienes ponen presidentes son los más necesitados, los carentes de recursos, los que votan por imágenes y nunca por conceptos, los que votan por quienes les venden esperanza, inclusive cuando saben que la esperanza es humo.

¿Por qué? Porque el voto obligatorio es un esquema que funciona así: Paso 1: generar desigualdad; Paso 2: sumergir a los desiguales en la oscuridad; Paso 3: hacerles creer que el sonido es luz.

Lo ideal sería que todos los sectores de la sociedad se vean representados en el poder por los mejores de los suyos: los mejores médicos, los mejores empresarios, los mejores campesinos, etc.

Pero así no funciona la democracia porque jamás, quienes votan, conocen ni por qué votan ni por quién votan. La psicología de las masas genera que siempre gane el más conocido, pero nunca el mejor. ¿Tiene un futbolista derecho a gobernar? Por supuesto que sí. Pero este es un “sí” condicionado: debe gobernar porque tiene la capacidad de gobernar y no por su fama superficial.

Demostremos lo aseverado: ¿Quién es Tuárez? ¿Conocieron sus electores su pasado? ¿Sus méritos? ¿Sus virtudes? ¿Sus propuestas? ¿Sus defectos? Absolutamente no. Votaron por él por una sola y sencilla razón: porque llevaba sotana en la papeleta de votación y relacionaron al sacerdocio con la piedad, la misericordia, la divinidad. ¿Si no hubiese portado una sotana, alguien le habría dado el voto? Definitivamente no. Así funciona la democracia: es el culto a la imagen.

Por ello no debemos criticar a este intrascendente sacerdote, que de ser nadie se convirtió, sin merecerlo, en alguien. Debemos criticar la constatación de un sistema que no funciona para lo que fue ideado por Pericles y Temístocles, donde el ciudadano pudiese al menos entender los símbolos, pues el votante ilustrado no hubiese visto ni misericordia, ni piedad, ni divinidad en el hábito. No podemos evitar que la historia se repita porque sencillamente no la conocemos; jamás lograremos un voto razonado mientras se confundan luces en la oscuridad; jamás alcanzaremos buenos gobernantes mientras cadáveres como el del cura Tuárez sigan siendo indispensables para alimentar a un sistema de rapiña. (O)

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