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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

Pensamiento utópico y pensamiento liberal

25 de septiembre de 2018 - 00:00

En la doctrina antigua, la persistencia de conflictos es un signo patológico que hay que eliminar como un tumor que ha de ser extirpado para que no afecte al resto del cuerpo sano. Llevado a sus últimas consecuencias, ‘in terram utopicam’ se supone que se eliminarán los conflictos internos. La utopía se presenta como un estado acabado de evolución inmune al cambio. «Desde un inicio —escribe Mumford— un tipo de rigidez mecánica aflige a todas las utopías». En la doctrina actual, en contra de la idea tradicional, se asume que el antagonismo es fecundo y entonces que el conflicto no es indeseable, sino provechoso. La idea de la perfección es abandonada; no solo por el avance del pensamiento liberal y democrático, sino también por la literatura distópica que advertía sobre los riesgos de la sociedad “perfecta”. Las dos grandes novelas distópicas: Brave New World y Nineteen Eighty-Four, fueron publicadas, respectivamente, en 1932 y en 1949 (en la pre y en la posguerra), inspiradas en los peligros de su tiempo. La utopía prontamente se convertía en una distopía.

No es un acaso que las distopías en general se sitúen en un futuro lejano. Me viene a la mente un ensayo de Bobbio donde —en disputa con Galvano della Volpe, en Italia, padre de los teóricos del marxismo— habla de las promesas de la libertad futura a las que su contendor se había aferrado para reivindicar sus ideas. Pero ¿y la libertad del presente?, se preguntaba Bobbio. La visión liberal no ve en la contraposición (de ideas, de ideales de vida, de ideologías) un defecto: es una concepción anti-perfeccionista. El conflicto no es más un agente patógeno, sino que se vuelve un sello de la modernidad y de la consolidación de la concepción individualista. En esta visión no se niega la existencia de diferentes conflictos, pero se limita los límites de su licitud: el antagonismo es un signo del progreso de la humanidad desde el punto de vista de la emancipación gradual del ser humano. Pero esto, obviamente, restringe el ámbito de los conflictos considerados lícitos; dividiendo lo lícito de lo ilícito de acuerdo con el principio del daño, común a toda posición liberal. Este principio, generalmente atribuido a Mill, es rastreable también en el pensamiento lockeano: la propiedad sobre el propio cuerpo es reconducible a la idea de la inviolabilidad del mismo, a la interdicción del daño entonces. El conflicto, dentro de este ámbito, nos hace libres. (O)

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