La oposición política sigue fraccionada y con su sueño presidencial. Los resultados electorales, fluctuantes de una época a otra, no representan indicadores, de una victoria o derrota partidista, sino la angustia de un pueblo por acertar el camino de su pronta redención. Los columnistas de los medios comerciales y varios candidatos de la derecha con el apoyo del capital interno y foráneo, un tanto aliviados, transitoriamente, con los resultados electorales; desde ya, se proclaman vencedores del lejano 2017. Les recuerdo a los fantasiosos el pensamiento de Catalina Severo: ‘La ilusión no es ni más ni menos que una agradable aberración de la esperanza’.
En plena campaña, como los articulistas privados presagiaban un triunfo del oficialismo, se atrevieron a denunciar peligrosas acciones de fraude en el manejo del proceso electoral; hoy, avergonzados, sus críticas y presunciones malsanas las esconden en el silencio y se olvidan del tema.
No cesa el cántico victorioso de la oposición y los festejos se incendian y quisieran que nunca se apagaran. Ahora, los analistas comprometidos con la oligarquía se convierten en académicos evaluadores del proceso electoral y sus resultados. En lugar de recomendar programas de acción a sus triunfalistas para alcanzar otros logros, se alejan de su misión y se dedican a escarbar las posibles causales del remezón oficial. Descargan su odio contra el líder de la Revolución Ciudadana, Rafael Correa Delgado. Textualmente, uno de ellos, saliendo de su madriguera, dice: “El resultado de las elecciones expresa el rechazo del pueblo, al autoritarismo, al insulto, a la amenaza, al abuso y a la prepotencia. Otro sostiene que el perdedor es el que se adueñó de la campaña copando todos los espacios informativos. Ridícula apreciación, si toda la prensa comercial de Guayaquil volcó su poder en favor del candidato de la reelección. La crítica es saludable cuando enfoca temas con altivez y plantea soluciones, pero cuando se carga de odio, pierde verticalidad y sentido. Alguien afirma con acierto: ‘El odio es la cólera de los débiles’.
Es una realidad, la oposición carece de líderes con proyección nacional, solo cuenta con algunos dirigentes enjaulados en sus localidades y de esos reductos no se arriesgan a salir para evitar el rechazo ciudadano. Todos reconocen a Correa -allí el temor de la derecha- como el auténtico líder de Ecuador con proyección internacional, por su decidido apoyo a los pobres de la patria y su lucha por la integración de Latinoamérica. El pueblo confía en él, por su capacidad, honradez, sentimiento humanitario y sus grandes obras sociales dentro de la era del cambio. El pánico aprisiona a los oligarcas y sus seguidores que presienten el exterminio, paulatino, de sus privilegios, a medida que avanza la consolidación del socialismo del siglo XXI, el país del Buen Vivir, con sentido, en el que todos puedan disfrutar de una vida feliz. Ese temor se acrecienta por la gestión de formar un poderoso frente de izquierda con el liderazgo de Rafael Correa y el proyecto de enmienda constitucional que posibilite la reelección presidencial en 2017.
Los ecuatorianos anhelan paz, unión y trabajo. Rechazan y deploran el sabotaje y la conspiración.
