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El Telégrafo

“Oídme, mis hermanos”

24 de agosto de 2011 - 00:00

El frecuente devenir se detiene ante el ímpetu de las metáforas impregnadas en el papel. Es la fuerza demoledora de la poesía que se erige como huella impecable ante el vértigo del tiempo. Son las palabras que se juntan taladrando el oído de finas melodías. Es el regocijo de los buenos deseos. Es el fantasma de la desolación.

La liturgia poética recoge los intersticios de la vida, resume la penumbra de la muerte. Le hace un guiño al aguacero febril y se deleita de la alegría de los pueblos. Las imágenes reaparecen inmarcesibles pese a la desidia contemporánea. La ensoñación prevalece en las miradas atentas a las estrellas esparcidas en el infinito cielo. La nocturnidad forma parte de este deleite sagrado. La poesía expresa el tormento de los días, las quimeras juveniles, la pasión del cobijo carnal, la retórica del profeta derrotado, la infatigable condena del hombre ante sus debilidades, las creencias de los peregrinos, el rescoldo de las dudas y los temores, la fe que alienta el horizonte luminoso del mañana.

“Oídme, mis hermanos” (Verbum-Trilce Ediciones, colección Los Confines N° 4, España, 2009) titula el poemario de Alfredo Pérez Alencart, el mismo que está traducido al alemán. Sus textos profundizan el fenómeno migratorio, la huella amatoria, la búsqueda de equidad social, la tradición bíblica, las “lágrimas dulces de la tierra”. 

Alfredo Pérez Alencart (1962, peruano-español) a más de poeta es ensayista. Ha recibido varias distinciones en el campo literario, como el Premio Internacional de Poesía “Medalla Vicente Gerbasi”, otorgado por el Círculo de Escritores de Venezuela. Es profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca. 

En “Oídme, mis hermanos”, Pérez Alencart traza surcos a partir de la realidad perturbadora y vital. En sus páginas configuran el cántico de los jilgueros, la estampa de las ciudades recorridas, la soledad de la mujer que envejece junto con sus fracasos, la ternura de los niños desnudos, la enfermedad que devora la amistad, el pan para el hambriento, el drama del necesitado, la derrota del exiliado, el regazo maternal, el “amor sagrado”.

La poesía atrae a la sensibilidad y a la reflexión, dentro de las entrañas del lector/a. Como dice Alfredo Pérez: “Una voz puede tocarnos el corazón. / No lo olvidéis jamás”.

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