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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Oda a la papa

13 de febrero de 2016 - 00:00

Un cacique de la isla de Chiloé quería hacer el amor como los dioses. Cuando las parejas de dioses se abrazaban, temblaba la tierra y se desataban los maremotos. Eso se sabía, pero nadie los había visto. Dispuesto a sorprenderlos, el cacique nadó hasta la isla próxima. Solamente alcanzó a ver a un lagarto gigante, con la boca bien abierta y llena de espuma y una lengua desmesurada que desprendía fuego por la punta. Los dioses hundieron al indiscreto bajo tierra y lo condenaron a ser comido por los demás. En castigo de su curiosidad le cubrieron el cuerpo de ojos ciegos. Así relata el origen de la papa Eduardo Galeano, en Memorias del Fuego.

Esto a propósito de una frase memorable de estos días: “La papa no tiene ideología”, pronunciada por Cristina Reyes. Curiosamente el ingreso del tubérculo a Europa no estuvo exento de racismo. Como estaba vinculado a las Indias tuvieron que ser los reyes quienes mostraran sus ventajas. Fue durante las hambrunas del Viejo Continente -incluida la Segunda Guerra Mundial- que el producto domesticado por los incas mostrara sus bondades: un alimento menos perecible (en la película El Pianista, del director Roman Polanski, se aprecia que el protagonista, Adrien Brody, lo único que tiene que comer es precisamente papas).

¿Tiene el cultivo de los productos ideología? Al parecer sí, porque al seguir un tipo de plantación que beneficia a pocos encontramos desigualdades sociales. Basta leer sobre el caucho en Brasil, por ejemplo en El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa, para entender que atrás de una empresa agrícola hay -como el mundo mismo- exclusión. Para el caso del caucho los poderes imperiales de la época colapsaron a Manaos al literalmente robarse algunas plantas y llevarlas al sudeste asiático. Sí, Manaos, que levantó su ópera y donde cantó Enrico Caruso la obra ‘Ernani’, de Verdi, mientras los caucheros esclavizados padecían el mismísimo infierno.

Y nuestro país, al ser aún mayoritariamente agrario, tiene mucho que contarnos. Por ejemplo, en la zona de Urcuquí, donde se levanta Yachay, el eje productivo de los caranquis, antes de la conquista española, era de tres productos: maíz, algodón y coca; después, con los encomenderos, se trató de instalar infructuosamente viñedos y olivares mientras se robaban el agua; después llegó la maquinaria jesuita y sus plantaciones de caña, que incluían cientos de esclavos negros (132 haciendas en total).

Con la llegada del sistema de hacienda, en la Costa, se impuso el cacao (dos familias tenían propiedades del tamaño de la actual provincia de Los Ríos); más tarde, el banano, que también tiene su historia no contada y que nunca trajeron a Pavarotti.

Pero me estoy desviando del tema, porque quería compartir el poema de Pablo Neruda, que titula este artículo: “Te llamas  / papa / y no patata, / no naciste castellana: / eres oscura / como / nuestra piel, / somos americanos, / papa, / somos indios”. Precisamente en el mundo andino se dejaba un surco para compartir. Su origen era para los más necesitados, pero eso también anda perdido, como las ideologías. (O)

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