En la columna quincenal de hoy no podía dejar de hablar de las mujeres y la ciencia, tema que fue gratamente acogido en varios foros y actividades creativas en la última semana, a propósito del “Día Internacional de la Mujer y Niña en la Ciencia”
Sobre este asunto me gustaría reflexionar con ustedes a partir de las varias aristas que involucran nuestra participación en el campo científico. Actualmente vi que las discusiones se centran en las estadísticas sobre la cantidad de mujeres en áreas del conocimiento científico, hasta hace poco acaparada por los hombres. Si bien estos datos son relevantes e importantes, reducir el tema al porcentaje de mujeres en la ciencia no adelanta en nada aquellas discusiones más de fondo.
El punto de inflexión clave para comprender nuestra participación en el campo científico resulta, entre otras cosas del factor de conciencia social, la comprensión de que la ciencia involucra un contexto histórico determinado, implica sujetas(os) multidimensionales complejos con una subjetividad incapaz de aislarse a la hora de plantear la pregunta, la hipótesis y el análisis científico como tal, de impermeabilizarse de aquello que llama su atención e interés, de la energía que motiva su curiosidad científica y de su relación con los otros.
Me refiero entonces al aporte fundamental de las epistemologías feministas, aquellas que se cuestionan la imposición de cánones universales, que se preguntan desde el conocimiento situado sobre horizonte de la producción científica, que transparentan las potenciales consecuencias y que sintonizan estos impactos con un sentido profundo de compromiso sea para lograr mayor equidad en las sociedades o para encontrar formas creativas y armónicas de relacionarnos con la naturaleza. Es decir, se trata de una manera de comprender el conocimiento desde una lógica relacional por lo tanto de múltiple afectación, de tal forma que se marca una línea ética y también política.
Desde ahí es clave resaltar todos los aportes de las mujeres en el campo científico, sea mediante la interpelación a todo tipo de biologicismo retrógrado que intenta subalternizar o romantizar el ser mujer o sea mediante reflexiones críticas sobre la manera de concebir las ciudades, los espacios públicos, el diseño de las rutas del transporte, nuestro rol en la dinámica económica a partir de las tareas de cuidado no remuneradas. Finalmente en todas aquellas categorías que de la mano con la ciencia nos llevan a nombrar lo que el patriarcado se ha encargado de velar.
El desafío es apasionante y también implica un camino difícil de transitar porque supone desaprender, validar aquellos saberes subalternizados y cuestionar cristalizaciones estructurales que hacen al mismo campo científico, aquel que por ejemplo promueve los avances tecnológicos, que son tales gracias a las enormes inversiones con fines bélicos.
Sí, necesitamos más mujeres en la ciencia y también requerimos hacer visibles todas aquellas iniciativas que desde el conocimiento con perspectiva de género, desde las epistemologías feministas, promuevan ese mundo mejor en el que queremos habitar.
