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El Telégrafo

¿Nos olvidamos del espionaje?

15 de noviembre de 2013 - 00:00

Quieren que nos olvidemos de Assange, a quien no dejan moverse los ingleses más allá de la embajada ecuatoriana en Londres. Quieren que nos olvidemos de Snowden, quien seguramente no pasea muy tranquilo bajo el sol por la Plaza Roja, desde su enclave semiescondido de Moscú. Quieren que nos olvidemos del espionaje: unas cuantas protestas diplomáticas, unas miles de hojas de notas sobre el tema, aburrimiento, nuevas cuestiones que surgen, silencio capcioso de las autoridades de EE.UU. Olvido gradual, punto aparte, final del asunto.
Es esa la estrategia de la potencia del norte: fingir demencia, como dicen los mexicanos. Mirar para otro lado, perder (o ganar) tiempo, tirar la pelota para adelante, hacer que el tema se olvide. Mientras, las respuestas no fueron más allá de callar, callar y callar ante las acusaciones y pruebas del grosero y generalizado proceso mundial de espionaje. Cuando ya no había más cómo seguir en silencio, Kerry dice que han ido “demasiado lejos” con la cuestión, y cree que con tan vaga y mínima declaración ya está todo justificado.

Hay que acabar fehacientemente con el proceso de espionaje hecho desde EE.UU. al resto del mundo, que incluye a todos: amigos, enemigos, adversarios, neutros. Y viejos, jóvenes, de izquierda, de derecha, empresarios, obreros, funcionarios, civiles, intelectuales, periodistas, amas de casa, diplomáticos, estudiantes, líderes de opinión, clérigos, obispos, el Papa, Merkel, Dilma, Peña Nieto... el mundo todo y sus alrededores. Todos, incluso los ciudadanos de EE.UU., objeto de esta pulsión voyeurista generalizada, este interés por la escucha de lo ajeno que llega a límites insólitos e incomprensibles.

Hay que exigir el final del espionaje, de manera comprobada y fehaciente, a través de la destrucción de los dispositivos electrónicos y tecnológicos desde los cuales se realiza. No se ve por qué puede destruirse las armas químicas sirias y no el andamiaje con el cual EE.UU. viola la intimidad de la mayoría de los habitantes del planeta.

Es tan simple como eso: debe haber inspectores internacionales, debe actuar la ONU de oficio, y debe acabarse con los procedimientos de espionaje y las bases tecnológicas desde las cuales son realizados. Menos que eso no es admisible; solo la evidencia del final de estas actitudes debiera ser el final de la protesta contra ellas.

Olvido, difícilmente existirá; que los títeres europeos callen su humillación frente al “amigo” que los espía no será óbice para que, desde Latinoamérica, las voces sigan escuchándose de manera firme, estridente, permanente, por todo el tiempo que resulte oportuno
y necesario.

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