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El Telégrafo
Juan Francisco Román

No lo leas, no te va a gustar

20 de abril de 2021 - 00:00

Bienvenidos a este espacio, donde voy a intentar salir de sesgos, analizar a profundidad los temas que nos pasan en la cotidianeidad y, sobre todo, intentar generar un cambio. Siempre serán bienvenidas sus críticas, porque los halagos solo alimentan el ego que destruye al alma en construcción.

Para iniciar analizando los aspectos políticos, jurídicos y sociales que nos pasan en este hermoso país llamado Ecuador, primero creo esencial comenzar por el centro de nuestra sociedad. Nosotros, tú y yo.

Ecuador es un país que inicia su vida republicana en 1830, hemos tenido 20 constituciones en total, es decir, hemos “refundado” la patria cada 9.5 años en promedio, hemos tenido gobiernos de izquierda, derecha, dictaduras militares, centro, centro medio, arriba, abajo, a lado y al otro. Presidentes buenos, malos, pésimos, inexistentes; pero, seguimos igual, corrupción, delincuencia, visceralidad política, machismo, clasismo, racismo y todos los ismos que nos han perseguido a lo largo de nuestra historia; consecuente con esto, con tanto cambio y experimento político, ¿Por qué no cambiamos?, la respuesta cae por su propio peso. Por ti y con esto, hablo también de mí.

Entremos un momento a eliminarlo todo a nuestro alrededor y juguemos a ser Luis XVI “El Estado soy yo”; por un segundo, imaginemos que ya no existe una república, ni una bandera, menos aún, una sociedad. Te invito a que imagines que la república eres tú, tus ciudadanos tu familia o quién te rodee; tu organización política, económica y judicial están en tus propias decisiones cotidianas, y tu territorio es tu hogar, tu casa.

¿Qué ves?, ¿has ahorrado responsablemente para eventos futuros e inciertos?, ¿has juzgado con criterio y objetividad a tus propios actos y tu familia?, ¿has decidido sobre tus relaciones internacionales con otras naciones?, ¿realmente has sido justo?, pues no, no lo eres, no lo has sido. Reconocerlo es el primer paso a un nuevo mundo.

La verdad, apreciado lector/a, es que no hemos cambiado nada, por que hemos apalancado nuestras derrotas, errores y constantes limitaciones a la República y sus políticos que, déjame decirte, los pusiste tú. Las leyes, la Constitución, y todo el andamiaje estatal formado para que convivas, literalmente no sirve de nada si no tienes una introspección de reconocimiento que no estás haciendo las cosas que pides.

Nos es fácil, extremadamente fácil, lanzar la piedra a cualquiera que no seamos nosotros, por qué según tú, no mientes, no eres corrupto, no despilfarras; pero si lo haces, y realmente lo sabes. Te has cruzado la fila cuando nadie te ve, has pasado algo de dinero a un policía sin que nadie lo sepa, has escondido cosas porque, a la final, tus pequeños y miseros secretos “no le hacen daño a nadie”. ¿Qué pasa cuando ese ser que no es nadie, llega a ser presidente?, lo mismo, lo hace igual que toda la vida.

Lo sé, es utópico, nadie va a ser perfecto, pero todos somos perfectibles sobre la base del reconocimiento que el gran problema de esta sociedad, somos nosotros mismos y no estamos haciendo absolutamente nada para cambiarlo, por que seguimos esperanzados que el señor que se siente en Carondelet, con una vara mágica nos arregle la vida.

Todo comienza cuando de pequeños nos dicen “no hables del aborto, política, corrupción, o cualquier otro tema polémico en la mesa, por qué es de mala educación”, que argumento tan temerario para un ser que está aprendiendo a ser social; pues no, lo que no nos enseñan nunca es que debemos aprender a conversar de absolutamente todo de manera objetiva y llevándonos la mejor parte de la idea contraria. La guerra queridos amigos, se libra primero con uno mismo, y después, podremos tener el derecho moral de cambiar el exterior.

Concluyo con una frase de mis padres que me la han repetido a lo largo de mi existencia, “la verdad te hará libre”. Y sí, tomate un tiempo a solas y di tu propia verdad, créeme, lo hago todos los días y no hay nada más perturbador que descubrir lo que has hecho y dicho de manera incorrecta, el daño provocado, y concluirás que a veces tu derecho moral a exigir, está coartado por ti mismo.

Amigo/as, “el tiempo del cambio” te lo va a repetir cualquier político de turno y eso, es una mentira. El único momento de cambio es cuando tu y yo, con toda la sinceridad del caso aprendamos a responsabilizarnos de nuestra propia república primero, y eso es hoy y es ahora.

Sin más que decirte, espero que comiences cambiando algo pequeño. A este país, lo podremos levantar, cuando dejemos de ser, lo que nos enseñaron a ser. Hagámonos cargo.

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