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El Telégrafo

No hay peor ciego que el que no quiere ver

09 de septiembre de 2011 - 00:00

Sucede que en el grupo de las conciencias laxas, cada cual manipula la verdad,  cada quien presenta las cosas como decide que los demás así deben conocer los hechos, porque aquello beneficia a sus intereses. Y la realidad queda sepultada, trastocada, deshecha. Por lo menos hasta el momento en que  alguien, con decisión, tesón  y empeño, después de un duro y persistente esfuerzo, logra rescatar a la verdad y sacarla a la luz para disfrute de quienes aman la autenticidad.

Y este secuestro de la verdad puede realizarse con mayor efectividad y mejores resultados, cuando la persona que la manipula dispone de un instrumento con influencia masiva, como un medio de comunicación. ¿Es este entonces el caso de diario El Comercio, de Quito, que en su edición del jueves 1 del presente, correspondiente al Día del Gráfico Ecuatoriano,  cambió de un solo plumazo la historia del periodismo nacional?  Como resultado,  a sus lectores les entregó una falsa reseña de la realidad de la prensa del país.
Así, de acuerdo a los intereses de los dueños de El Comercio, en la reseña del diario capitalino él estaba primero como el más antiguo del Ecuador, pese a que la verdad es otra.   

Por algo diario El Telégrafo está identificado como El Decano  de la Prensa Nacional.  Fundado el 16 de febrero de 1884 por Juan Murillo Miró,  cuando en el país se vivían tiempos revolucionarios, luego de que los Restauradores derrocaron al general Veintimilla,  muy pronto el medio guayaquileño,  el más antiguo del Ecuador, conquistó las simpatías de los lectores ecuatorianos.

¿Cómo ignorar no solo la  existencia, sino, además, la importancia de El Telégrafo en el devenir histórico del país? Con su postura política liberal radical,  el diario de Guayaquil se identificó con la Revolución Alfarista y reseñó con tintes de protesta hechos dolorosos  en el proceso de las filas revolucionarias de don Eloy, como el fusilamiento de Nicolás Infante, el líder de los Chapulos en la provincia de  Los Ríos; y más adelante, en 1922, cuando el 15 de noviembre  fueron asesinados centenares de obreros en las calles de Guayaquil, por orden de autoridades que formaban parte del gobierno de Luis Tamayo. El Telégrafo fue el único periódico del país que entonces hizo escuchar su repudio por hechos de tanta tragedia.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, reza el popular refrán que viene desde antaño y que le calza fácilmente a los dueños y  directivos de El Comercio. Porque la importante trayectoria de El Telégrafo es innegable,  pues marcó hitos  trascendentales en la vida del país. Basta recordar que luego de que el ambateño don José Abel Castillo compró todo el paquete accionario del matutino guayaquileño,  auspició el histórico viaje trasandino del héroe de la Primera Guerra Mundial,  el italiano Elia Liut.  El 8 de agosto de 1920, por primera vez se atravesaba sobrevolando los Andes ecuatorianos. Y fue el valiente europeo quien lo hizo, piloteando  el pequeño monomotor  bautizado como El Telégrafo I por el propietario  del periódico, quien adquirió el avión -que es una insignia nacional- con el propósito de ampliar la circulación del diario a lo largo y ancho del país, y que posteriormente lo destinó para llevar el  correo a diferentes provincias.

Hechos como los ya descritos obligan a la memoria de los ecuatorianos a recordar por siempre al Decano de la Prensa Nacional, el periódico más antiguo de la República, con 127 años de existencia. El diario que ha albergado en sus páginas a destacados escritores ecuatorianos, como Manuel de J. Calle, Medardo Ángel Silva, Adolfo  H. Simmonds y Juan Emilio Murillo, entre otros tantos.

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