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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Mis profesoras de poesía

17 de julio de 2021 - 00:00

Una de las pasiones de mi vida es leer poesía. Encuentro en los versos tanta belleza, ritmo, intensidad y sentimiento que siempre estoy buscando tiempo para gozar de ellos. Su lectura puede volverse infinita, pues cada poeta vive en un mundo lleno de metáforas y significados. Resulta un placer desentrañar el sentido original de lo que en ellos subyace.

El amor por la poesía me viene de casa. Nací entre poetas y poetisas; siempre se estaba recitando o leyendo poesías. Mi padre y mi abuelo, además de escribir sus propios versos, traducían poemas de otros idiomas. A los niños y niñas se nos enseñaba a leer al mismo tiempo que a declamar. Uno de mis primeros libros fue uno titulado Las canciones de la abuelita, en el que además de poemas y canciones había un xilofón. Allí encontré la íntima relación que guarda el ritmo de las palabras dichas en verso con la música.

En el colegio, las clases de Literatura me encantaba. La madre María de Jesús nos ponía en contacto con los romances antiguos, la poesía del Siglo de Oro, los románticos, la influencia de los poetas franceses en la poesía moderna hispanoamericana. Con ella leíamos en voz alta los poemas anónimos del moro que perdió la Alhambra, los romances medievales, las rimas de Bécquer y los grandes poemas de Darío. Nunca se me ocurrió que, algunos años después, habiendo seguido una carrera en Antropología cultural pudiera la suerte permitirme enseñar poesía a adolescentes.

“En casa de comunidad no muestres habilidad”. Al empezar mi desempeño como profesora secundaria me endilgaron las asignaturas de Lengua y Literatura. Pude entretener a mis estudiantes de primero de básica mostrándoles cómo captar un poema a través de las figuras de la lírica. Aprendí que enseñar lengua por medio de la poesía resulta útil y grato pues los jóvenes estrenan su amor por la literatura al captar el arte maravilloso de los poetas. Para ellos es un descubrimiento adentrarse en los universos que los vates construyen jugando con las palabras.

En el curso avanzado de Literatura hispanoamericana que impartí después a los niveles superiores del bachillerato vi cómo los estudiantes desarrollaban sus habilidades interpretativas, interpersonales y de presentación oral utilizando su lengua materna. La lectura crítica y la escritura analítica apoyaban su crecimiento intelectual mientras exploraban cuentos, novelas, obras de teatro y ensayos de España y América Latina, al tiempo que la poesía expandía sus almas de artistas. Mi mentora, Esthela, fue una guía paciente y exigente en esa experiencia.

Igual que mis maestras, considero que la poesía es una herramienta muy importante en la enseñanza, pues permite guiar a los jóvenes a escribir, leer y comprender textos. Es una puerta de entrada a otras formas de expresión del lenguaje. Brinda a los estudiantes un medio saludable para contrastar sus emociones con las de otros y plasmar lo que sienten. Leer poesía en voz alta en clase fomenta la confianza y crea un ambiente de cercanía. Se vuelve casi un ritual de acceso a lo sagrado. Desarrolla habilidades para hablar con dicción precisa y para escuchar, destrezas que a menudo se descuidan en las clases de literatura. A los estudiantes les gusta la poesía, especialmente a aquellos a los que les resulta complicado escribir ensayos. Pienso que la encuentran atractiva, en parte, porque la poesía actual no tiene fórmulas fijas y porque está emparentada con la canción (pensemos en el rap). Además, porque les ayuda a desarrollar el arte de la economía en las palabras (pensemos en Jorge Carrera Andrade) o el de la creatividad.

La doctora Heany, quien enseñaba literatura hispanoamericana en Rosemont College, era una docente cubana. Ella fue quien mejor me sumergió en la poesía. Era tan excelente profesora que la universidad creó una beca con su nombre “María Victoria Mora Heaney” para estudiar lengua española. Dondequiera que ella esté le agradezco una vez más por permitir que me adentrara en la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, San Juan de la Cruz, José de Espronceda, Antonio Machado, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Emily Dickinson o E. E. Cummins, para nombrar unos pocos poetas.

Explorar el campo de la poesía resulta inagotable. Afortunadamente tenemos poetas muy cerca. Bruno Sáenz y Alfonso Espinosa en Quito, por ejemplo, son amigos queridos con páginas repletas de belleza. Hay que tratar de leerlos a todes. Las poetas españolas contemporáneas en este momento están arrasando, “han tenido el internet como su mejor aliado y la palabra como su herramienta para llegar a públicos masivos [...]. Las mujeres están revolucionando el mundo de la poesía” dice Harper’s Bazaar. Así que les sugiero que nos pongamos a leer los poemas de Elvira Sastre, Irene X –con sus micropoemas– o Loreto Sesma. Todas una mezcla de poetas e influencers.

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