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El Telégrafo
*Fernando Falconí Calles

Memoria, verdad y justicia

15 de agosto de 2014 - 00:00

Transcurría el año 1978. Argentina se encontraba sumida en la época más triste de su historia. Sus mejores hijos e hijas entregaban sus esfuerzos y lo más valioso que tenían: su vida. Lo hicieron por el noble objetivo de construir una patria mejor.

Las demenciales acciones de los dictadores y sus cómplices internos y externos crecían con el pasar del tiempo: secuestros, torturas, asesinatos, fusilamientos, eran parte de la  terrible realidad. Para colmo, los niños, cuyas madres habían sido detenidas y luego del alumbramiento asesinadas, fueron robados. En muchos casos, fueron criados por militares y policías; en otros, pasaron a ser ‘hijas e hijos’ de torturadores y asesinos al servicio de los dictadores.

¿Qué clase de seres humanos (si es que así se los puede llamar) tuvo la idea de considerar a los inocentes niños robados como ‘trofeos de guerra’?

Según la organización Abuelas de Plaza de Mayo, son más de quinientos los casos. Uno de ellos es el de Guido Montoya Carlotto, quien nació el 24 de junio de 1978 en el Hospital Militar de Buenos Aires. Estuvo junto a su madre unas pocas horas. Laura Carlotto permaneció detenida en la prisión clandestina denominada La Cacha -situada en la ciudad de La Plata- y la asesinaron dos meses después del alumbramiento. El niño creció bajo el nombre de Ignacio Hurban en la localidad de Olavarría. Actualmente, Guido es un profesional de la música y está casado con Celeste Mudueña. Decidió tomarse la prueba de ADN por un presentimiento. El resultado del examen determinó con exactitud su verdadera identidad.

Son más de cuatrocientos los casos que todavía faltan resolverse. Muchas son las personas que actualmente hacen contacto con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) o con Abuelas de Plaza de Mayo, porque tienen dudas sobre su verdadero origen.

Los genocidas -lo confirma la historia- tienen la rara habilidad para inventarse nuevas formas de provocar dolor físico y dolor en el alma a sus congéneres. Aquellos que se apropiaron de niñas y niños recién nacidos -para causar más sufrimiento al ‘enemigo’- son una vergüenza para la especie humana.

En 2004 la Fiscalía y una familia querellante presentaron el caso de Marcela y Felipe Noble Herrera, hijos adoptivos de la dueña de diario Clarín, porque consideran que hay sospechas de que ambos jóvenes -que no tienen lazos de sangre entre sí- pueden ser hijos de desaparecidos.

Marcela y Felipe han decidido someterse a una extracción de sangre para determinar si fueron robados a desaparecidos durante la dictadura militar fascista.

Esa diminuta escalera de caracol -llamada ADN- hoy colabora eficaz y eficientemente para que muchos jóvenes recuperen su verdadera identidad, para que conozcan la verdad.

Cada niño recuperado es una herida menos en el tejido social argentino. Cada niño recuperado es una victoria sobre la impunidad.

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