Ecuador, 10 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

¿Me ama Dios?

03 de enero de 2019

Normalmente miro en la pantalla del interfono para ver quién timbra en mi puerta, especialmente si son las ocho de la mañana y estoy a punto de salir a mi trabajo. Y si veo a las viejitas de la Iglesia Adventista del Séptimo Día o a los muy conocidos misioneros mormones, les contesto: “en esta casa solo viven católicos y masones (en ese orden)” y ahí acaba la visita.

Pero esta vez, vi a dos simpáticos muchachos, con su impecable camisa blanca almidonada, de manga corta y su etiqueta en el pecho con su nombre que los identificaban como representantes oficiales de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y me dijeron que tenían un mensaje para mí de parte de Dios. He trabajado con mormones y mi esposa y yo somos muy amigos de una pareja que son líderes de ese culto en Guayaquil. Pero la verdad es que no conozco mucho acerca de su doctrina. Así que los hice entrar y estaban muy felices, pues creo que eso no les sucede a menudo.

Me preguntaron: ¿Crees que Dios te ama con todo su corazón? Sí, creo en el Gran Arquitecto del Universo y me siento muy amado. Y a continuación me cuestionan: ¿Crees que todos somos hermanos en este planeta? Y mi respuesta es inmediata: sí lo creo. Con esto se sintieron más confiados y me contaron una rara historia: 600 años AC vivió Lehi en Jerusalén, en un entorno muy malo y Dios le guío a él y a su familia,  en una barca hasta América, donde se reprodujeron formando dos razas: Nefitas, completamente buenos y los Lamanitas, total y completamente malos.

Cuando Jesús muere, visita a los Nefitas y les asegura que van a ganar la guerra a los Lamanitas; pero algo no funcionó y los Lamanitas mataron a todos los Nefitas, excepto a uno, llamado Mormón, quien escribió toda esta historia en tablas de oro y las escondió en Palmyra, Nueva York. De hecho, los malos Lamanitas fueron los que poblaron América. Pero sucede que un tal John Smith encuentra estas tablas de oro en el jardín de su casa, se transforma en el profeta e inicia el culto mormón. Ya pueden ustedes imaginar la cara que yo tenía a esta altura de la historia.

Me disponía a argüir con estos chicos, pues sentía que mis dogmas católicos y mi filosofía masónica eran muy superiores a esta simple historia; pero reflexioné: “Creo que Dios embarazó a una mujer muy joven, sin ninguna relación sexual y dio a luz a un bebé, que es el hijo de Dios, sin perder su virginidad, lo cual es muy importante para nuestra doctrina”.  Y ya no me sentí tan seguro de la validez de mis creencias. Pero de lo que no hay duda, para ellos y para mí, es que siento que Dios (en cualquier denominación) me ama con todo su corazón. (O)

Contenido externo patrocinado