La receta de los economistas ortodoxos estaba lista: reducir la inversión en sectores clave de la sociedad, como educación y salud; acabar con lo que ellos llaman subsidios en la oferta de bienes muy sensibles para la sobrevivencia de los sectores populares: gasolinas, gas, tarifas eléctricas, transporte.
Resulta que el desempeño de la economía ecuatoriana en 2017 ha sido mucho mejor de lo pronosticado por la Cepal, el Fondo Monetario y, en el escenario nacional, el mismo Banco Central. El PIB de Ecuador ha sido, más bien, de los más altos de la región. Ese 3%, que ahora conocemos, a pesar de lo bueno que resulta, cae como balde de agua fría sobre todos aquellos que celebraban el desastre de la economía ecuatoriana.
A eso hemos llegado: más pueden la pasión y los odios que los datos certeros, que desvelan la perversidad de aquellos que, por pura pequeñez política, de esa política que vive de las mentiras, el engaño, se empeña en fijar en el Gobierno anterior el origen de todos los males.
Otro dato que vale mucho tener en cuenta es el comportamiento del sector eléctrico: Coca Codo Sinclair entró a operar a pleno, eso redujo el consumo de diésel, ahorrando buena cantidad de divisas y generando energía más limpia. Está en la cárcel uno de los mentalizadores de ese cambio. A él le escuchamos hablar de la nueva matriz energética, pregonando que, debido a nuestra prodigiosa naturaleza, llena de distintas vertientes de agua, la electricidad podía ser más barata y limpia, convirtiéndose en una de nuestras grandes ventajas comparativas para atraer verdadera inversión.
Cambio coherente con lo que esa revolución ciudadana pregonaba: el ser humano por encima del capital. Energía limpia y barata como ventaja; la explotación del trabajo, la mano de obra tercerizada, desprotegida, explotada, ya no podía seguir sustentando las grandes acumulaciones del capital. El dato ha llegado con cierta tardanza, permitiendo toda suerte de especulaciones.
Los más voraces, con toda la mala leche que les caracteriza, nos pintaron escenarios muy lúgubres; otros simplemente deberán ajustar sus discursos porque la realidad, que suele ser mucho más dura que la más delirante imaginación, nos ha traído, como relajante paradoja, esta buena noticia. ¿Y ahora? Habrá que sintonizar con la gente de a pie que, con ese andar pausado, ya se aburre de esta situación repleta de mentiras.
Al dato del PIB habrá que seguirlo porque por sí solo no dice mucho. Siempre importará saber cómo se distribuye lo acumulado; ahí se va definiendo la política con letras grandes y aspiraciones superiores. (O)
