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El Telégrafo
José Luis Lanao

La mano

13 de septiembre de 2019 - 00:00

El final se acercó y me estrechó la mano. La recuerdo delgada, filosa, diminuta. Una mano insignificante, de contornos vulgares pero a su vez de un poder absoluto, mesiánico.

Esa mano me persiguió el resto de mi vida. Era la mano de la vergüenza, la mano de Jorge Rafael Videla, el líder de la última dictadura militar que vivió Argentina. La estreché el 10 de septiembre de 1979, al atardecer, en la Casa Rosada (la casa presidencial), como campeón mundial juvenil en Tokio. Su pulgar romano se llevó por delante 30.000 almas en la noche más oscura, más siniestra y tenebrosa de nuestro país.

Aquella “Mano” no fue la metáfora de un genocidio, fue el genocidio en sí mismo; y se convirtió en un sueño recurrente de emociones encontradas: la de un equipo inolvidable, sublime y eterno por un lado; y la certeza inequívoca de haber sido el instrumento útil del silencio mediático de una masacre ejecutada contra el pueblo.

En su obsesión divina “La Mano” se adueñó de la frágil esencia del éxtasis y de la agonía. Se perfeccionó en volar. Con la premura de lo improvisado los pibes exitosos viajamos en helicópteros Apache de Aeroparque a Atlanta. Mientras los otros pibes, aquellos que soñaban con una sociedad mejor, también en helicóptero, “viajaban” en dirección contraria: el Río de la Plata, en los infames “vuelos de la muerte”.

Poco tiempo después descubrí, con la ingenuidad del desánimo, lo tristemente calculado que estuvo todo. La Plaza, antaño dormida por la muerte, amaneció festiva, engrasada por plumas y micrófonos cortesanos inquisidores de derechos y humanos para recibirnos. La maquinaria del Estado al servicio del terror.

Al final, aquel apretón de manos duró tan solo unos segundos. Unos segundos eternos, eternos de barbarie y desolación. Después “La Mano” se retiró de la mía con firmeza castrense. Fue en busca de otras manos. Fue en busca del odio, del dolor, de la locura.

40 años después los pibes exitosos volvimos a juntarnos, ahora sin inocencias, sin ingenuidades. A los otros pibes, todavía se los sigue buscando. (O)

* Tomado de Página 12

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