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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Mamíferos y devotos

13 de noviembre de 2017 - 00:00

Cuando la dinámica social en muchas partes el mundo –y aquí mismo, a veces- parece avanzar y las demandas y resistencias de grupos (ni tan) minoritarios conquistan lo que antes se obtenía con luchas constantes y sangrientas, en el Ecuador retornan atavismos que se respaldan en marchas religiosas, peroratas parroquianas, complicidad mediática y silencio ciudadano.

Me refiero a esas marchas que le aúllan a nuestra sociedad que el concepto/praxis de familia tradicional está en peligro por la impudicia con que hoy las minorías –las que menos derechos tienen y son cada día martirizadas en el altar de las arcaicas instituciones patriarcales (llámense familia o iglesia)- actúan. Tales minorías, además, son mal tratadas por quienes gozan del soporte ideológico y beato de civiles y clérigos formados en el sectarismo y la fulera virtud eterna.

Ante esto hay que subrayar la ausencia de crítica pública respecto a unas manifestaciones, estas sí, que arriesgan y envilecen el acuerdo social y la libertad de coexistir en una comunidad sin prejuicios.

En las marchas por la ‘defensa de los hijos’ se confundían varias ideas: los modos de entender el abuso sexual de niñ@s y los conceptos de los géneros. El facilismo del discurso del sentido común, elaborado en los templos, planteles y medios de comunicación, alega que el abuso sexual se debe a la indecencia de una vida social sin la guía divina y al avance depravado de grupos con prácticas ¿genitales? antinaturales negadas y prohibidas por el creador; amén de políticas educativas que admiten profesores sin principios y la inclusión de temas indebidos en la formación integral de los chic@s.

Ergo, los carteles que exhibían l@s marchantes daban pena; tanto por su carencia anímica cuanto por su analfabetismo gramatical. Pero lo más decidor de semejante jornada fue la cobertura y los testimonios para enfocarla informativamente en un contexto social, político e ideológico que, con intención, se desentiende de un problema mayor: sufrimos una sociedad que a pesar de la supuesta modernización de los hábitos prioriza su conservadurismo en nombre de tutelar el estándar de familia.

¿Qué es la familia hoy? ¿El amor? ¿Los lazos de cariño y protección? ¿La necesidad de cimentar relaciones afectivas perdurables? La ficción de la familia tradicional oculta los nuevos valores que su fracaso ha creado en otras maneras de erigir el amor, la amistad, el apoyo, la compañía y también cómo enfrentarlas. La vida no es una fórmula que se resuelve con la ecuación ‘familia tradicional’. ¡La vida es algo abierto que la contemporaneidad ha modificado para que lo humano procure salvarse!

Pero la tradición asigna imperativos. El otro día nomás en un salón de belleza oía a una señora desesperarse porque su hija no hallaba marido, es decir, un ‘buen partido’, alguien que la ‘represente’ y, al mismo tiempo, comentaba satisfecha sobre la marcha ‘a favor de los hijos’… ¿Se puede ser más frívolo?

A ratos da la impresión de que no hablan human@s, sino mamífer@s con capacidad de reproducirse y creer que la vida social es un anexo casual de la vida natural… Mamífer@s y devot@s. ¡Qué miedo! (O)

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