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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Madre y padre

14 de mayo de 2014 - 00:00

En nuestro país, más de una cuarta parte de las familias tiene a la madre como jefa de hogar. Eso no debería, per se, convertirse en un problema, si no fuera porque esa jefatura se ejerce en todos los casos mencionados no por una elección democrática, sino porque no ha quedado más remedio que tomarla a falta de otra opción.

Más allá de la caduca defensa de un modelo de familia tradicional, en un hogar en donde se educan niños y jóvenes siempre es necesario un sano equilibrio entre contención y normas, cariño y límites, ternura y tareas, es decir, entre un arquetipo femenino y un arquetipo masculino, o si se quiere, una figura materna y una figura paterna, aunque a veces esos papeles estén entrecruzados.

Es difícil que una sola persona pueda establecer este necesario equilibrio. Bueno, incluso entre dos se hace difícil; sin embargo, es menos complicado hacerse cargo de lo que a cada uno le toca. En el mundo actual, si bien se propugna la idea de que el progenitor se separa del o la cónyuge y jamás de los hijos, en la práctica quien abandona el hogar original puede perder la función y el contacto cotidiano por diversas razones: una primera, y muy triste, es que la herida de la separación es tan grande que el resentimiento se proyecta en los hijos de un modo enfermizo y nocivo. Incluso la parte lastimada puede esgrimir el argumento de que no es así, pero en la práctica se suelen ver actitudes y consecuencias muy diferentes.

Otra, también bastante triste, es que quien abandona queda en libertad total y la ejerce con absoluta comodidad, olvidando sus responsabilidades o ejerciéndolas de manera esporádica e irresponsable, desentendiéndose ya sea del aspecto económico o del emocional, siempre con una buena excusa para ello, reservándose, eso sí, el derecho de reclamar si cualquier cosa sale mal.

Si bien es halagador que a una madre se le diga que ha hecho de ‘madre y padre’ para sus hijos (como lo es también cuando a un padre se le otorga el honroso título de ‘padre y madre’ de sus hijos, por viudez, abandono o lo que sea), es innegable que detrás de este grandilocuente epíteto se esconde sobre todo un gran agotamiento.

En ningún caso resulta saludable que una sola persona haga permanentemente el trabajo de dos, por el motivo que sea y por muy loable que parezca. La ‘jefatura’ de una familia debería ser un trabajo conjunto, aún en caso de ruptura, dentro de lo posible, más allá del resquemor personal o de la búsqueda individual de la realización de los sueños.

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