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El Telégrafo

Madiba, un camarada

10 de diciembre de 2013 - 00:00

Tras su fallecimiento, la exaltación de Nelson Mandela ha sido unánime: desde cualquier ángulo del espectro político su figura ha sido celebrada con un respeto inusual. Millares de editoriales, discursos, comentarios, algunos más sagazmente, otros más banalmente, han resaltado las cualidades humanas y la vida del líder surafricano.

Pero hay un segundo nivel atrás de la cortina de las bellas palabras. En el medio de una conmovedora avalancha verbal y simbólica, el legado de Madiba ha estado al centro de una disputa hegemónica. ¿Qué significa eso? Significa que su enorme patrimonio moral y político ha sido terreno de contienda para la apropiación por parte de diferentes actores políticos. Prima facie, habría la tentación de afirmar que, digan lo que digan, la vida de Mandela lleva consigo un simbolismo potente que lo sitúa sin discusión en el Olimpo de la izquierda mundial, ya que permitió mover el péndulo político hacia los ideales de emancipación humana. Bajo este prisma, su exitosa lucha por la justicia y la igualdad no solamente ha logrado que un número de causas progresistas se convirtieran en conquistas políticas ganadas y sedimentadas, sino que llega a suscitar respeto e inspiración incluso en aquellos sujetos que no simpatizan con estos ideales. Hay seguramente algunos elementos de verdad en esta interpretación.

Nelson Mandela fue un socialista democrático, adversado por Estados Unidos y Reino Unido durante los años del apartheid.Pero también hay riesgos. Como lo manifestaba Lenin, la apropiación post mórtem de los personajes revolucionarios por parte de las clases opresoras es un fenómeno común. Adversados en la vida, estos personajes son resucitados de muertos, elevados al estatus de íconos, removiendo, sin embargo, los aspectos más incómodos para la ideología dominante. De esta manera, sus figuras son domesticadas y amansadas, y sus mensajes virulentos transformados en una manzanilla suministrada sin preocupación de las dosis: ya no son nocivos. Paralelamente, sus historias son transformadas, olvidadas, retocadas ahí donde haga falta. Es así que Mandela se transforma en un simpático negrito de pelo blanco que luchó por la paz en contra del mal, una visión simplista y ‘orientalista’ en contra de la cual Edward Said hubiera protestado con gran vehemencia.

Madiba fue un feroz crítico, no solamente del apartheid surafricano en contra del cual luchó a lo largo de su vida, sino también del orden económico mundial, del colonialismo, de las guerras imperialistas. Mandela fue un socialista democrático, adversado por Estados Unidos y Reino Unido durante los años del apartheid, un amigo de Cuba y líder del movimiento de los países no alineados. Su ejemplo es un potente movilizador de conciencias: la izquierda debe defender y reivindicar ese patrimonio, impidiendo que sea utilizado y mistificado por los oportunistas de otro color político.

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