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El Telégrafo
José Vales

Confundidos y devaluados

14 de febrero de 2020 - 00:00

 Imágenes, postales de una realidad que habrá que tomársela en solfa para que no caiga mal o genere patologías desconocidas, tan lejos y tan cerca del coronavirus. Ahí está la de hace unos días, del Emmanuel Macron, recibiendo en el Eliseo a su par argentino, Alberto Fernández, quien se llegó hasta el bello edificio de la Rue Saint Honoré, para pedir apoyo en su negociación de la impagable e inagotable deuda externa argentina.

De allí se llevó todo un símbolo, de regalo, que es más un metamensaje que un instrumento: una guitarra, ya que a falta de soluciones rápidas a la crisis, Fernández se puede mostrar en cadena nacional como lo que es: un eximio guitarrista.

Pero ya lo dijo Sandro de América: “Una muchacha y una guitarra” y “la muchacha” habló en tiempos de devaluación. Días después de que Fernández pasara por Roma pasando la gorra, su vicepresidenta, Cristina Fernández, se despachó contra los ancestros italianos de Mauricio Macri y los calificó de “mafiosos”. No demoró en meterse en un lío diplomático. Desde la presidencia de Sicilia le piden que se retracte y hasta un funcionario italiano la calificó de “racista”. Todo en exceso y tardío. La expresidenta debió leer EL TELÉGRAFO en agosto último, cuando se explicó el porqué a Macri lo apodan “Freddo” y hasta hubiese ocupado parte de su gobierno para investigar el origen de la fortuna del padre del expresidente, si lo que interesa es la patria. Hay que escuchar más a José María Cano en aquello de que “Por la boca mata y muere el pez…”.

Pero la pareja del poder argentino no es la única que se muestra confundida por estos días. Ahí está él. Nuestro Chaplin del subdesarrollo, Jair Bolsonaro, que sigue poblando su gobierno de uniformes militares, preparándose para vaya saber qué virus ahora que se pelea con el Papa, repitiendo ese slogan tan barato de que “El Papa es argentino pero Dios es brasileño…”. Mientras que desde México, en medio de las protestas feministas por el incremento de los asesinatos de mujeres, parece retumbar con fuerza un grito que bien podría llegar hasta el Palacio de Planalto y otras sedes del gobierno: “¿Me estás oyendo, inútil…?”. (O)

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