Es indudable que el proceso de transformar las estructuras del país pueden tener multiplicidad de orientaciones, según conceptos que sustenten las ideologías de sus proponentes, desde el Gobierno que nos rige o desde la oposición propositiva que emerge con sus propias ideas y, desde luego, desechando las afirmaciones de los ‘contreras’ que se oponen a todo, convenga o no.
Una mentalidad revolucionaria sabe y proclama que los cambios deben ser trascendentes, con urgencia, con pasión y fundamentados posiblemente en utopías de no fácil aplicación, pero necesarias para orientar su desarrollo futuro.
Demuestra este aserto, por ejemplo, los pasos dados en defensa de la soberanía nacional con la decisión de dar por terminada la presencia en Manta de la base militar de Estados Unidos; en el control de algunas ONG financiadas para hacer daño al país; en la renegociación de la deuda externa y los contratos petroleros; en la denuncia de los estragos ocasionados en la Amazonía por la Chevron, por citar unos pocos casos.
Así mismo es el proceso de cambios en todos los niveles del sistema educativo, en los planes de estudio, en las exigencias de elevar la calidad pedagógica, en la búsqueda de la excelencia académica puesta al servicio del cambio de la matriz productiva.
Y en materia de justicia social, se cumple una quimérica aspiración que nos ubicaría a la vanguardia del continente al intentar incorporar a casi 2 millones de mujeres al sistema de seguridad social, a las denominadas ‘amas de casa’, que no son otras que las madres y abuelas del pueblo ecuatoriano que, por diversas y bien conocidas causas, destinaron su fuerza y capacidad de trabajo a la crianza y cuidado de la mayoría de nosotros.
Los agoreros del desastre pasan por el filtro del odio, alimentado de envidia, la iniciativa de incorporar, lo más pronto posible, a esas amas de casa al sistema de la seguridad social, lo que determinaría progresivamente un logro no imaginado, con independencia del tiempo que demore en materializarse, que ningún Gobierno ecuatoriano lo había pensado siquiera, menos tener la decisión de cumplir una meta tan revolucionaria.
Emprender en la educación la excelencia de la calidad y la gratuidad a todo nivel, incluyendo los estudios de especialización en el exterior en las mejores universidades del mundo, para universalizarla; emprender también en la universalización de la protección social por el IESS a las amas de casa y a los trabajadores por cuenta propia, son pasos revolucionarios que se inician en el actual proceso y que no se hacen con varita mágica, porque esa varita no existe (si es que no lo saben los pájaros agoreros, que esos sí existen y los lectores pueden escucharlos en las radios que diariamente convocan a los mismos y los mismos políticos frustrados a ejercer su rol de ‘contreras’).
Esos ilustres y repetitivos analistas reclaman el derecho a exigir que les digan en detalle: cuándo, dónde, cómo, a quiénes y con qué van a otorgar esta justiciera cobertura.
Que demore el tiempo que sea necesario, pero que se materialice la oferta, que se cumpla este revolucionario, ejemplar y gran paso.
