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El Telégrafo

Lo que parecía imposible, sucedió

26 de noviembre de 2013 - 00:00

Habíamos perdido toda esperanza de salvación para nuestro pueblo. Desde diversas poblaciones del Ecuador, en el último tercio del siglo pasado y en los comienzos del presente milenio, a hombres y mujeres de definida tendencia progresista nos parecía algo imposible la llegada del necesario cambio de la dramática y dolorosa realidad nacional. Se sucedía gobierno tras gobierno y con la complicidad de una prensa inescrupulosa y despiadada, se repetía siempre lo mismo: graves escándalos de corrupción; venta de los recursos nacionales a extranjeros, en condiciones lesivas a nuestros intereses; actos realizados por administraciones deshonestas, que podrían asimilarse a los registros de traición a la patria, como la instalación de la base de Manta en beneficio únicamente de los Estados Unidos, lo que comprometió no solo la economía y la seguridad de la nación sino -además- la soberanía del Estado.

Tras la posesión de  Correa como presidente, se dio paso a la Revolución Ciudadana, luego de  aprobarse la Constitución más humanista que se haya visto.Las carencias en las que se desenvolvía la existencia de los ecuatorianos eran infinitas y partían de la ausencia absoluta de interés por parte de nuestros gobernantes para solucionar los problemas fundamentales de la nación que se hundía en un grave estado de postración. Cuando todo faltaba, carreteras, viviendas, hospitales, escuelas. Cuando principios como el de la educación y el de la salud se encontraban en el desamparo absoluto. Cuando las cifras de la pobreza y el desempleo en la nación habían alcanzado niveles alarmantes y la inseguridad de la población era asunto del diario vivir. Y cuando habíamos perdido toda esperanza de cambio con el que soñaba nuestro pueblo que ávidamente buscaba su redención, la figura de Rafael Correa emergió en el escenario político, primero como ministro de Finanzas en el   gobierno de Alfredo Palacio. Y luego como un contestatario, pues no estuvo de acuerdo con la firma de un tratado de libre comercio con Estados Unidos, ni con la forma como se manejaba el mal visto Fondo de Estabilización del ingreso por la venta del crudo ni tampoco con la intromisión del FMI en la programación y en el manejo del presupuesto del Estado. Al no encontrar apoyo en el presidente Palacio, el 8 de agosto de 2005 Correa renunció al ministerio que se le había confiado. La solidaridad de diversos sectores gremiales no se hizo esperar entonces.

Había nacido la figura política más destacada del Ecuador de los últimos tiempos, después de Eloy Alfaro. El líder que necesitaba nuestro pueblo y que estaba en capacidad de conducirlo hacia la transformación política, económica y social que la nación requería. La esperanza del pueblo había tomado forma, con nombre y apellido. Y la redención de la existencia de nuestra nación se aproximaba. Los principios del neoliberalismo injusto y despiadado tocaban a su fin en Ecuador. Así, con el devenir del tiempo, después del triunfo electoral de Rafael Correa y de su posesión como presidente de la República en enero de 2007, se dio paso a la Revolución Ciudadana, luego de haber sido aprobada en la Asamblea Constituyente de Montecristi, la Constitución más humanista que se haya conocido. En la actualidad, cuando ya se ha logrado hacer realidad buena parte de la planificación del proceso revolucionario que ha llamado la atención del mundo y se ha convertido en una fórmula de Estado ejemplo en nuestro continente y en ciertas naciones del planeta, los cinco ejes de la Revolución Ciudadana son la base para la ejecución de programas de transformación nacional encaminados a una sociedad más justa, equitativa, que no solo busca la felicidad de sus individuos sino -además- el equilibrio y la armonía entre el ser humano y la naturaleza.

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