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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Leer y escribir

26 de noviembre de 2014 - 00:00

Ahora que otra vez tenemos una Feria Internacional del Libro en Quito, vale la pena reflexionar sobre el papel de los libros en la vida.

Cierto que todo cambia, y nadie tiene la obligación de vivir igual a nadie, ni de gustar de lo mismo. Pero, por ejemplo, cuando les cuento a mis alumnos que leí mi primera novela completa a los ocho años, muchos de ellos se asombran, se sorprenden. No digo que todo niño de ocho años debería leer ya una novela completa. Pero de que se puede, se puede.

Es común en nuestro medio pescar al vuelo frases como: “a mí no me gusta leer”, “yo no leo poesía”, “leer una historia que nunca pasó es perder el tiempo”, “yo prefiero leer cosas útiles, autoayuda, por ejemplo”… y así. Y más allá de que, como toda preferencia personal, estas confesiones hablen de opciones válidas para la vida, tal vez la gente que tan suelta de huesos las enuncia no tenga idea de lo que se está perdiendo entre tanto pragmatismo.

Porque, si comenzamos por el “a mí no me gusta leer”… pues, bueno. Si no le gusta, no le gusta, qué se va a hacer. Pero… más allá del disfrute, ¿todo lo que se gana en conexiones neuronales, en destrezas cerebrales, en información y en aprendizaje, a dónde se va? O, si no le gusta la poesía, tal vez no tiene idea de lo que trata esa delicada álgebra del lenguaje en donde las palabras se vuelven ecuaciones de emociones y magia de sentimientos.

Una bien patética es la de que leer una historia que nunca pasó es perder el tiempo. Porque suele suceder que lo que no ha pasado en la realidad concreta pasa todo el tiempo, a nivel simbólico y metafórico en nuestras mentes, en nuestros corazones, en nuestros sueños, en nuestra vida familiar, en nuestra vida sentimental y en nuestra vida pública. Y que esas fábulas inventadas por mentes visionarias ayudan a comprender mejor los desbocados movimientos de nuestro corazón y la intrincada textura de nuestros sueños y nuestras pesadillas, incluso de los que se tienen cuando no estamos durmiendo.

Otro punto es escribir. Muchas personas piensan que es tener fama, viajar, conocer mundo y salir en fotos con famosos. Eso es lo visible. Lo invisible es el tormento. El aprender a exprimir el dolor para que en lugar de hacerse lágrimas se haga tinta. El tener las preguntas suficientes como para intentar contestarlas en un papel o en el archivo de una computadora. El cabalgar insomnios y soledades con la entereza suficiente como para comprender que también eso puede servirle a alguien más. Y vivirlo así.

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