Tiempos difíciles para los numerosos gobiernos latinoamericanos que, de manera no absoluta pero sí clara y efectiva, se han opuesto en estos últimos años a seguir los designios del imperio y no se han permitido -como sí otros hacen en nombre de la libertad de mercado- hambrear a sus propios pueblos. Gobiernos que no han roto con el capitalismo pero que han sido definidos en su decisión de enfrentar sus peores males, al producir redistribución de la riqueza, reconocimiento de nuevos derechos y disminución de las tasas de indigencia, pobreza, analfabetismo y desempleo.
Fuertes ataques de sabotaje opositor en Venezuela, presentados mediáticamente como si fueran pacíficas manifestaciones de los sectores medios y altos de la sociedad de ese país. Disminución de la amplia brecha favorable que ha contado el Gobierno ecuatoriano en anteriores elecciones. Asedio por vías múltiples al Gobierno argentino (rebelión policíaca en diciembre, corrida bancaria a fines de enero). Un gobierno peruano que nunca fue, a final de cuentas, lo que había prometido ser. Manifestaciones multitudinarias en Brasil, durante buena parte del 2013.
Una amplia gama de condiciones preocupantes. Y de pronto, Centroamérica que aparece de nuevo en el campo de lo popular latinoamericano, que tanto ocupara con los enfrentamientos armados de los años 70 y comienzos de los 80. En ese sitio donde un derechista absoluto gobierna Panamá, y en donde se ratificó -por una elección para nada transparente- el dominio de los grandes propietarios contra el partido de Zelaya en Honduras, ganó nuevamente, en El Salvador, lo que fuera el Frente Farabundo Martí en los años 70. Y mientras el sandinismo continúa con el Gobierno en Nicaragua -si bien no están hoy todos los que lo constituían cuando la victoria de 1978-, se da el gran avance implicado en el abandono -por parte de una derechizada socialdemocracia- de la segunda vuelta en Costa Rica, que permitirá a un gobierno progresista llegar a administrar ese país. Muy buenas noticias, entonces. El mapa latinoamericano incluye nuevas administraciones antiimperialistas. Es otra vez aquella Costa Rica que alguna vez abolió sus Fuerzas Armadas (finales de los años 40), es el pueblo salvadoreño que hizo la guerra, ganó luego la paz, y con Funes encontró un presidente que dilapidó parte del legado, pero no tanto como para impedir un triunfo electoral que ha sido por muy escaso margen, y es seguro que producirá discusiones. Con lo cual igualmente se ha ganado, según el primer dictamen del tribunal electoral de ese país. El retorno de Bachelet al Gobierno en Chile completa el panorama: esta vez con promesa de responder a la demanda estudiantil de educación gratuita, y con el Partido Comunista -el de la joven dirigente Vallejo- como parte de la coalición de Gobierno, a diferencia de su primera gestión.
Y, a pesar de los remezones del año anterior, Rouseff tiene buenas posibilidades de reelegirse en Brasil. Como se ve, nuestros pueblos no dejan hacer marcha atrás. Estados Unidos ya no tendrá a Chile para reforzar a la Alianza del Pacífico contra nuestros gobiernos populares; y el asesinato, esta semana, de una ciudadana chilena prochavista a manos de opositores en el oeste de Venezuela, tira abajo claramente la pretensión de mostrar a las acciones desestabilizantes en ese país como pacíficas y democráticas. El mapa del subcontinente no se deja dibujar solamente en la versión de retroceso de algunos gobiernos populares de la región. Los estrategas del imperio, por ello, en este último par de semanas habrán dejado de sonreír.
