Le tomo prestado a Alfredo Pareja Diezcanseco el título de una de sus novelas, para tratar de definir, a mi modo, las dimensiones morales de algunos personajes y personajillos de nuestra vieja política, que todavía se mueven por los entresijos de la realidad actual.
Los WikiLeaks revelan toda una gama de esos pequeños personajes, siempre inclinados ante el poder imperial, siempre dispuestos a negar su origen para merecer una invitación del poderoso, siempre honrados de que el procónsul romano les permita acercarse a su oído para soltar, en voz baja, sus chismes sobre los asuntos de estos territorios bárbaros.
En el amplio escenario de esta picaresca hay personajes y personajillos. Los unos son los socios locales de Roma en la explotación de estos territorios de la barbarie, por lo que la autoridad imperial los trata con cierto respeto, no exento de conmiseración.
Los otros son simplemente los cipayos, los mercenarios que sirven al poder extranjero a cambio de una mesnada, o los sirvientes, que se posternan ante el amo que les comparte sus migajas, o los bufones, que tratan de agradar a quien les tira unas monedas.
También hay plumíferos a sueldo que no cobran por página escrita, como los escribanos, sino por calumnia lanzada contra los malqueridos del amo. En fin, no faltan en ese escenario de desvergüenza ciertos charlatanes y pregoneros de feria, contratados para proclamar las bondades del patrón local o del amo imperial, o para vociferar ofensas contra los enemigos de estos.
Sus pequeñas estaturas ocultan mal sus pequeñas ideas, sus pobres apetitos, sus ambiciones míseras. Han convertido la pluma en palanca de primer género, buscando elevarse desde la abyección. Han transformado el micrófono en artilugio de odio. Han hecho de la pantalla televisiva una cloaca.
Por suerte, pocos les siguen y casi nadie les cree. Es que el huracán de la verdad los ha despojado del antifaz y ahora asoman con su verdadero rostro, descarnado y funambulesco.
