Mientras la política local muestra sus devaneos entre la urgencia de implementar los cambios necesarios y las demandas de los actores, frente a un pasado que fue significativo y que sin duda alguna marcará el ritmo del discurso político, el mundo se enfrenta a una serie de acciones para nada coincidentes.
El reconocimiento unilateral de Jerusalén Este como capital de Israel, violenta los acuerdos alcanzados entre las partes, sobre todo en la aspiración histórica y legítima a que el pueblo palestino, de manera efectiva, tenga un Estado plenamente existente, sin condicionamientos de ningún otro Estado.
Sin embargo, las acciones de la política exterior del Gobierno de Estados Unidos parecen destinadas a imponer una visión unipolar que no es viable ni sostenible de ninguna manera. Este tipo de comportamientos afectan al derecho internacional, a todo acuerdo, pero sobre todo a la voluntad de que los conflictos entre israelíes y palestinos no tengan fin alguno. La pregunta es: ¿quiénes ganan con el conflicto permanente en la región? De seguro quienes producen y comercian sin ningún tapujo armas por doquier.
Por eso es vital que los países, incluidos los gobiernos, manifiesten su desacuerdo con este tipo de prácticas, que nada tienen que ver con los principios de soberanía y autodeterminación. Ahora más que nunca requerimos que la voz de los pueblos del llamado Sur Global dejen de expresarse en foros, encuentros, y que sus pronunciamientos tengan la capacidad de incidir en el escenario global. Las potencias emergentes tienen deberes que cumplir en beneficio de los países en vías de desarrollo, porque de lo contrario asistimos a un tipo de política exterior sustentada en la amenaza y la confrontación.
No es aceptable volver a los comportamientos de la Guerra Fría. Pero como van las cosas, vemos cómo se construye un escenario político, ideológico, geográfico y militar para una potencial confrontación, que tiene el gran miedo colectivo de que sea de tipo nuclear. Estas son las patologías del capitalismo del siglo XXI, que repiten las prácticas imperiales del siglo XIX. Un retroceso en la historia, lamentablemente. (O)
