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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Las bibliotecas

29 de marzo de 2014 - 00:00

Nací en un hogar donde siempre hubo un lugar en el cual los libros gozaban de un espacio propio. La biblioteca era mi lugar predilecto porque allí encontraba mundos que, desde los textos, me invitaban a descubrirlos. En la infancia los cuentos y, luego, mil aventuras a partir de Las mil y una noches y de los suscritos por  D’Amicis, Verne, Salgari. Con la adolescencia entraron a mi mente las obras de las hermanas Brontë, Margaret Mitchell y los autores españoles, desde Pérez Galdós hasta Unamuno y los poetas hispanos encabezados por Antonio Machado. Conocí a los ecuatorianos y latinoamericanos: Carrión, Rojas, Palacio, el ‘Grupo de Guayaquil’, Rodó, Sarmiento, Neruda, Vallejo, y tantos otros que llenaron mi cabeza de sueños e ideas. No podría explicar mi vida sin los libros, cuyos autores fueron cambiando a medida que mi existencia transcurría.

La existencia de bibliotecas en lo que es hoy Ecuador tiene su antecedente en la acción del primero de sus cuidadores, Eugenio Espejo.La existencia de bibliotecas en lo que es hoy Ecuador tiene su antecedente en la acción del primero de sus cuidadores, Eugenio Espejo. Ilustres nombres están ligados a esos centros de sabiduría, entre ellos y en Quito el padre Aurelio Espinosa Pólit, el poeta Jorge Carrera Andrade; en Guayaquil, el historiador Chávez Franco, el Dr. Carbo Noboa, a más del ejemplo del poeta Borges en Argentina. Los nombrados, y cientos más, fueron entusiastas guardianes de los tesoros albergados en las entidades que dirigían. El premio Nobel portugués José Saramago narra que, a falta de estudios superiores que no pudo seguir por su pobreza, las bibliotecas públicas alimentaron su hambre de conocimientos. Y el suyo no es un ejemplo aislado.

El gobierno de la Unidad Popular en el Chile de Allende -desde la editorial Quimantú- imprimió cientos de miles de ejemplares de las mejores obras de la literatura nacional y mundial, para entregarlos gratuitamente  a los sectores más pobres que no tenían la posibilidad de comprarlos, a fin de que cada hogar poseyera una pequeña biblioteca con el objetivo de que obreros, campesinos y artesanos enriquecieran sus mentes y, compartiendo la máxima martiana, fueran cada vez más libres.

En nuestro país el Sistema Nacional de Bibliotecas era el encargado de crear en cada escuela y colegio ese acervo que debía nutrir, no solo a los estudiantes sino a sus familias. La Revolución Ciudadana necesita que esa tarea sea comprendida a plenitud por las instancias correspondientes y que no desmaye la acción de formar en todas partes esos núcleos, sin los cuales el Buen Vivir perdería mucho de su significado.

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