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El Telégrafo
Christian Gallo Molina

La venganza y lo sagrado

07 de junio de 2021 - 00:01

Hablar de Florencia en el renacimiento es hablar también de la familia Médici. Banqueros y políticos, su poder e influencia fueron fundamentales en el desarrollo de las ciencias y las artes a lo largo de los siglos XIV y XV, luego de un largo período de penumbra que el fanatismo natural de la Edad Media había traído consigo. Así, como pocas veces en la historia, el destino de una ciudad estuvo ligado al de una familia.

Cosimo, Piero y Lorenzo: padre, hijo y nieto respectivamente, fueron los responsables de llevar a Florencia a uno de los períodos de mayor prosperidad de su historia, no obstante, el período de mayor esplendor llegaría con Lorenzo, apodado por la sociedad de aquel entonces como “el Magnífico”.

Hombre adelantado a su tiempo, Lorenzo gozó de un gran prestigio debido a su inteligencia y sagacidad. De carácter fuerte, supo combinar la política y la diplomacia hábilmente para dirigir el Estado florentino. Humanista como pocos, (al igual que su abuelo con Donatello, Fra Angélico o Brunelleschi), impulsó, las carreras de genios como Botticelli, Da Vinci y Miguel Ángel, así como el desarrollo del neoplatonismo.

El poder, sin embargo, nunca llega solo, sino que trae también consigo envidias, rencores, insidias y conspiraciones. Ni el intelecto, ni la sagacidad, ni la diplomacia que en otros tiempos habían acompañado a Lorenzo, pudieron evitar que sucumbiese hasta el fondo del más visceral y puro instinto humano: la venganza.

En una conspiración que envolvió a las dos familias rivales de los Médici, los Pazzi y los Salviati, con el Papa Sixto IV y otros conocidos personajes de la época como el Duque de Urbino, un 26 de abril de 1478, durante la celebración de la misa de Pascua, asesinos a sueldo atentaron contra la vida de Lorenzo y su hermano Juliano, logrando únicamente la muerte de este último. Lorenzo, aunque herido, logró escapar. Entonces su irrefrenable deseo de venganza no se hizo esperar: en un sangriento despliegue de violencia colgó, arrastró y desterró a los conspiradores.

Aunque los motivos de Lorenzo estaban plenamente justificados, la venganza emprendida terminó paralelamente con los días de esplendor de la Florencia de los Médici, pues al poco tiempo, el Magnífico tuvo que partir a Nápoles para impedir una invasión de ésta, promovida por el propio Sixto IV, perdiendo en dicho viaje una gran cantidad de dinero en regalos y ofrendas que afectaron la economía florentina. Lorenzo, por su parte, terminó sus días sumido en la amargura. A su muerte, Florencia cayó en las manos del fanático Savonarola despidiéndose para siempre de su magnificencia.

Si bien la historia que antecede tuvo lugar con anterioridad a la vigencia de la idea de Estado moderno, es útil para ejemplificar cómo un instinto tan básico y humano, rige hasta el día de hoy el destino de los pueblos.

Sin ir muy lejos, nuestro país ha sido testigo de cómo la venganza ha terminado con sus aspiraciones. No hace falta hablar de cuánto dinero y esfuerzo se ha gastado en la historia de la República en pos de alcanzar la tan anhelada venganza: floreanismo, garcianismo, alfarismo, velasquismo, correísmo. Nuestra historia esta tan plagada de ironías que víctima y victimario, comparten el panteón en la Catedral primada de Quito.

Sin embargo, hay quienes dicen que lo que se persigue no es venganza sino un “castigo justo”. Como bien han sabido manifestar Zaibert y Kaufman en sus trabajos, en la práctica no existe una diferencia conceptual entre castigo y venganza. Ambos tienen su origen en un concepto sagrado, y, por tanto, se basan en lo mismo: el propósito tanto del castigo como de la venganza es retribuir el mal ocasionado e intimidar a posibles adversarios. La diferencia entonces radicaría en el papel del administrador de una o de otra. Así, el castigo, en virtud de la naturaleza de la potestad punitiva quedaría en manos del Estado mientras que la venganza, se entendería, queda en manos de los particulares

Sin embargo, dice Girard en “La violencia y lo sagrado” que el sistema judicial racionaliza la venganza y que en lo único que se diferencia de las otras venganzas, es que se sabe que de ella no habrá derivaciones.  Así, la labor del sistema judicial es engañar a la violencia, pero administrar venganza, es decir una venganza vindicativa que ponga fin a las venganzas recíprocas.

Hoy, cuando pululan los discursos de “no venganza, pero justicia” o de “perdón, pero no olvido”, o de “justicia sin impunidad”, es necesario retornar a las lecciones históricas y plantearnos la gran pregunta: ¿es realmente justicia lo que exigimos o es que queremos venganza? Sea cual sea la respuesta, el problema entonces ya no es saber lo que queremos, sino hasta donde vamos a llegar por venganza.

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