El año arrancó con el inicio de campaña para elección presidencial, aquí, en Ecuador. Más allá de lo inmoral que resultaría el despilfarro de dinero de los ecuatorianos en la travesía de más o menos 16 candidatos, en plena época donde los despidos de servidores públicos se llevan a cabo y otras personas están desempleadas; o más allá del deseo injustificado e irracional de entrar a competir por el poder, cuando claramente hay dos fuerzas políticas que se lo van a disputar… está: la pobreza como instrumento para las promesas de campaña. Estrategia, llámenle populista si desean, pero que en este país se utiliza desde los últimos 30 años a la fecha actual.
Sí, los pobres son necesarios para los líderes políticos.
Nunca ha sido el fin último acabar con la pobreza porque luego, ¿cuál sería la oferta de los candidatos o los logros enmarcados de los gobiernos locales y central? Si no se hizo antes, rastreo dos motivos que lo impidieron: negligencia o incompetencia. Si en 10 años no se acabó con la pobreza o en todo el tiempo que lleva el chavismo o el castrismo, debe ser por algo.
La promesa de educación de calidad y salud gratuita para “los pobres de mi patria”, enunciado de un discurso romántico que dicta empatía, comprensión y representatividad, se trata de un vehículo para lograr alcanzar el poder.
El concepto de pobreza (la concepción; la idea que tenemos de ella), es construida por medios de comunicación y las plataformas políticas; es unificador, igualitario, enemigo de la diferencia y el matiz. Cuando bien “pobreza” se define de muchas maneras: es multifactorial y causal, de distintos niveles y estratificaciones. Y por qué no, también debemos pensar qué es riqueza, concepto unificado y mal llevado por los coachs de marketing y las mal llamadas “mentes millonarias”. Más bien, de lo que hablamos, son de individuos alienados por lo innecesario de lo material.
Lo peor de los discursos igualitarios es que se desee someter a toda una población al estatuto que le va a dar mayor poder al poder, como benefactor de la sociedad que se encuentra en carestía.
