Después del “crimen y castigo”, llega el momento de quemar los expedientes y convertir al pirómano en un “héroe nacional”. Si es anónimo, mucho mejor. De esos que no dejan registro en los anales de la historia. Primero, porque su paso es efímero, y segundo, porque no existen anales que lo contengan. La humanidad del presente absoluto aspira a tener la memoria como la de los peces, donde el pasado sea una porción de tiempo fugaz y “desechable”, y el presente se imponga en cada andanada. Y hay sectores que hacen todo lo posible para que esto sea así. Hay un “Ministerio del Presente Absoluto” -parafraseando a George Orwell en 1984- que opera con denodada persistencia.
Y si la historia -como dice Hobsbawm- nos ha llevado hasta este punto, tenemos que construir la brújula y el astrolabio para saber a dónde vamos, sin perder el rumbo ni el horizonte, como tantas veces nos ha pasado; y que no será prolongando el pasado o el presente, pero tampoco arrojándolos por la borda o simplemente dejándolos atrás. Serán engranajes fundamentales de estos instrumentos que nos marcan de dónde venimos y dónde estamos. Dos coordenadas a las que hay que tener muy en cuenta si lo que pretendemos es evitar las oscuras tierras del fracaso.
Un contexto con esta densidad de cosas nos obliga a sacar del escritorio las armas de la crítica, o por lo menos abocarnos al puro y genuino sentimiento de nostalgia, sin que esto signifique caer en el síndrome de Peter Pan. Frente a un presente adulterado, apócrifo -como dice Benedetti-, del que no podemos ver otra cosa más que un retrato pintado con los barnices del capitalismo, el liberalismo y la socialdemocracia, la nostalgia se transforma en nuestra más poderosa arma de la crítica.
Benedetti, sin embargo, cuando el mundo parecía venirse abajo después de la caída del Muro de Berlín y el auge del neoliberalismo en América Latina, escribió: “Según todo parece indicar, ahora estamos recorriendo la etapa que incluye el descrédito del compromiso y la rentabilidad de la indiferencia”. El eterno retorno de una experiencia poco alentadora que hace que nuestra nostalgia por la historia se vuelva más un refugio de lo urgente que un sentimiento de lo que alguna vez tuvo lugar y que hoy “descansa el sueño de los justos”. (O)
