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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La lotería de la herencia

05 de junio de 2015 - 00:00

Guillermo Lasso, en calidad de candidato, o de banquero, o de millonario, no estoy seguro, aseguró hace una semana que la gente de clase media sin dinero que herede una casa de $ 40.000 la perderá por el impuesto a la herencia. Esto es una mentira. Una persona que herede una casa de $ 40.000 tendría que pagar $ 115 de impuesto. Son, sin duda, $ 115 más de los que tendría que pagar en este momento, pero nadie se vuelve más pobre por incrementar su capital.

Parece que todas las críticas al impuesto a la herencia vienen desde ese engaño burgués y neoliberal donde todos, trabajando fuerte, emprendiendo, ahorrando y en el contexto del libre mercado, llegaremos a ser ricos. Es una idea perversa. Al igual que resulta perverso sugerir que un impuesto a la herencia desincentiva el trabajo fuerte, el emprendimiento y el ahorro (cuando este último, en parte, viene de tu herencia). Esencialmente, porque parte de un dogma capitalista en el cual vivimos en un sistema que premia el trabajo a través de la acumulación de capital. Es decir, que el que trabaja más, más tendrá. O, peor aún, que el pobre lo es porque quiere serlo.

Entonces es importante que recordemos (como pequeños burgueses que somos), que los pobres son pobres como consecuencia de una estructura que sistemáticamente explota las relaciones de poder. Teresa Arboleda dirá que es un discurso del siglo pasado, que los ricos (‘minoría discriminada’) son los que han creado la riqueza en el país, y que, además, son discriminados por el nuevo impuesto a la herencia (esto y más en su feed de Twitter, que parece sacado de algún manual del Instituto Cato). Es una lógica que se repite. Pero más allá de las profundas diferencias epistemológicas con esa idea de que la ricos generan riqueza y los trabajadores no generan valor, hay esa idea que la riqueza se genera a pesar del Estado y no gracias a él.

El impuesto a la herencia es, al final del día, un impuesto a la capacidad que el Estado proporcionó para que en un país con -todavía- marcadas desigualdades, alguien pueda ser rico al mismo tiempo que alguien se muere de hambre. Y mientras que aquel que se muere de hambre no lo hace por culpa del rico, es deber del Estado desconcentrar la riqueza que permite que se den estas disparidades en la acumulación y en las relaciones de poder. Porque a través del capital, todas las relaciones de poder tienen algo de relaciones de explotación.

Pero también está esa idea de que las herencias solo se traspasan el día en que el individuo muere. Las herencias son en vida. Una madre que está en la capacidad de heredar 1 millón de dólares a sus hijos, es una madre que también les heredó las conexiones y los privilegios de clase que eso implica, y las ventajas que se derivan de esto. Pero más allá, también es la aleatoriedad que se genera a partir de la transmisión intergeneracional de riqueza que deriva en formas dinásticas de acumulación de capital, que reducen la capacidad de generar una meritocracia y fomentan desigualdad.

Porque una herencia es, al final del día, una lotería. Es la lotería de haber nacido con el apellido correcto en el lugar correcto. Una lotería que está amañada, porque da doble ganancia al que gana (en vida y después de ella) mientras que no da nada a la mayoría (ni en vida ni después de ella). Es la lotería de ganar en las relaciones de poder, en los privilegios heredados y en la perpetuación de un sistema socialmente estático. Y como toda lotería, el afortunado debe pagar. (O)

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