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El Telégrafo

La indolencia

08 de septiembre de 2011 - 00:00

La ciudadanía aplaudió la decisión de declarar en emergencia al sistema hospitalario, en busca de superar las secuelas dejadas por décadas de abandono, irresponsabilidad e incuria. Los ecuatorianos pensamos que esto ayudaría a sentar las bases para una mejor atención hospitalaria, acorde con los anhelos populares y los propósitos gubernamentales.

Algún tiempo después, vemos con satisfacción que se han superado muchos de los antiguos problemas, que se ha contratado a más personal especializado y ha crecido el número de enfermos atendidos en el sistema de salud pública. Pero constatamos la persistencia de otras dificultades, producidas por diversa causa, que traban la mejora de la atención hospitalaria.

Una de esas dificultades es la insuficiencia del actual sistema de salud pública para atender al creciente número de personas que exigen su servicio. Sin duda se trata de un problema estructural, propio del subdesarrollo, que no se puede superar en pocos años. Si años atrás ya existía esa insuficiencia en la estructura hospitalaria, es evidente que ahora ha crecido en cantidad y calidad. Como efecto de la Revolución Ciudadana, ahora son más los ecuatorianos que acuden al sistema de salud pública, que sienten suyo. Y ya no van sumisos y en actitud mendicante, sino que exigen derechos y protestan por la mala atención.

Otra dificultad es la falta de equipamiento, insumos y medicinas en los hospitales y centros de salud del Estado. La emergencia ha tratado de resolverla, y lo ha logrado en buena medida, pero persisten los casos de equipos de alta tecnología, como tomógrafos y otros, que no funcionan por irresponsabilidad de unos y descuido de otros.

En cuanto a las medicinas, los problemas reales incluyen el desabastecimiento, el robo por parte de empleados y el mal manejo de las existencias, mas también las desbordadas expectativas de los usuarios.

Pero quizá el problema mayor reside en la indolencia con que actúan muchos funcionarios y empleados públicos a la hora de atender a los usuarios del sistema de salud. La mayoría de ellos es gente que viene del pueblo, pero que, una vez puesto el uniforme de su función, se siente superior, alejada de sus raíces sociales y dueña de la situación.

A esa distorsión sicológica, común en cierto funcionariado, se suma la actitud egoísta de algunos sindicatos, que inflan en sus afiliados la visión de sus derechos, pero jamás les enseñan sus obligaciones para con el país y con los ciudadanos.

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