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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

La imagen presidencial

24 de abril de 2014 - 00:00

La imagen presidencial aporta en gran medida a la imagen de un país. Un presidente apocado, de bajo nivel intelectual o de poca proyección ética no solo beneficia poco sino que aun puede perjudicar la imagen de su nación. Por el contrario, un gobernante de alto perfil eleva la imagen nacional en el mundo y afianza el sentido de pertenencia de sus propios connacionales, que sienten elevarse su autoestima.

Estas reflexiones me vienen a propósito de las giras del presidente Rafael Correa por el mundo, que son seguidas con interés dentro y fuera del país. Sin proponérselo, sus  giras parecen las de una estrella de la política internacional, como Gorbachov o De Gaulle en su tiempo. Pero en el caso de los nombrados, se trataba de líderes de países poderosos, que unían a su atracción personal la proyección que su personalidad marcaba en la orientación política de sus países.

El caso de Rafael Correa es obviamente distinto. Es el líder de un pequeño país, que hasta ayer nomás aparecía como absolutamente secundario, incluso en el propio escenario latinoamericano. Su atracción no proviene, pues, de una ecuación de poder nacional e imagen personal, sino de su pura acción política transformadora. Es el intelectual de ideas avanzadas que se ha atrevido a enfrentar a los poderes reales del mundo (el poder imperial, el poder financiero) con una audaz mezcla de insurgencia y pragmatismo, jugando con las propias reglas del sistema político interno y del sistema internacional.

Su proyecto de democracia abierta fastidia a la derecha estadounidense, que lo ve como un continuador de las ideas de Fidel Castro y de Hugo Chávez, pero parece encantar a la progresía norteamericana, que lo mira como un seguidor de Franklin D. Roosevelt y su Nuevo Trato en América Latina. También gusta a la política europea, que halla en él una mezcla de socialdemocracia sueca, populismo gaullista y eficiencia alemana. Y sin duda encanta a la izquierda de todas partes, que ve a su gobierno como una grata mezcla de modernidad, antiimperialismo y Teología de la Liberación.

El resultado son esas encuestas que lo muestran como uno de los gobernantes mejor evaluados del mundo y esa apertura de puertas de los grandes centros culturales y universitarios del norte, que lo reciben con aplausos, lo escuchan con atención y lo llenan de homenajes y doctorados honoríficos.

Bien por nuestro Presidente, que se ha ganado en buena lid esos homenajes. Y mejor por nuestro país, que ahora es visto como el escenario de un cautivador fenómeno político, al que ya se llama sin ambages el ‘milagro ecuatoriano’.

Y para terminar, un apunte histórico: el único antecedente de este tipo que se recuerde en nuestra política exterior fueron las visitas de Estado del presidente Rodrigo Borja a Argentina, Brasil, Uruguay y Bolivia en 1990, y a Francia en 1991, donde recibió doctorados honoris causa de la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de San Andrés, de Bolivia, y La Sorbona, de París.

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