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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

La hora de la rayuela

15 de agosto de 2015 - 00:00

Las vacaciones eran, según recuerdo, la época para acudir al río a buscar sigses para la fabricación de las cometas, con las medias hurtadas en el alambre del patio. Era la oportunidad para que en el barrio afloraran las escondidas e incluso las bodoqueras, que eran cerbatanas de plástico donde se introducían los cartuchos de papel. Eran juegos donde participaban todos.

Ahora, los niños tiene otras diversiones: los celulares o las tabletas donde -literalmente- viven agachados y ensimismados en un mundo virtual que no les permite ver la realidad y los hace individualistas (como zombis, para ser más específicos, aunque jueguen en redes). Pero mejor hablar de los juegos de antaño, es decir de hace pocas décadas y por eso se agradece la aparición en 2013 del libro Ando jugando, de Daniela Borja, que debería ser también parte de las nuevas escuelas que existen en el país por un motivo simple: los juegos populares también constituyen la identidad de un pueblo, en lugar de los juegos violentos en una computadora. La obra que se menciona tiene varias secciones de fotografías de Quito antiguo, ilustraciones, anécdotas, fotografías actuales, textos explicativos y un trompo incluido.

Por eso no hay que olvidar al juego de las macatetas y sus innumerables trucos con las manos, mientras se lanzaba una pelota de caucho era preciso atrapar la mayor cantidad de macatetas. Otro muy popular era la soga con una serie de estribillos: “Monja, viuda, soltera, casada y divorciada”, hasta ver en qué lugar quedaba el saltarín. Otra diversión era la rayuela, en sus diversas formas.

Muchos de los juegos son un legado ibérico, como “Aserrín, aserrán / los maderos de San Juan / piden pan, no les dan / piden queso, les dan hueso / y les cortan el pescuezo”. Después la ‘víctima’ -mientras era balanceada- recibía cosquillas, en medio de risas. Uno divertido era el ‘Gato y el ratón’, donde el minino esperaba por su presa detenida en un círculo hasta que terminara la canción.

Cuando había muchos niños era infaltable el ‘Matantiru tirulá’ y al caer la tarde las famosas rondas infantiles. Uno que queda en la memoria es el divertido ‘Pase el Rey’, donde los niños se colocaban en una suerte de tren y a quien quedaba atrapado le aguardaba una penitencia: “Un puente se ha caído / mandaremos a componer. / Con qué plata, qué dinero / con la cáscara del huevo. / Que pase el Rey, / que ha de pasar / Que el hijo del conde se ha de quedar”. En esta misma línea estaba el “¿Qué estás haciendo lobito?”.

Estaba el ‘Florón’: “El florón está en mis manos / de mis manos ya pasó. / Las monjitas carmelitas / se fueron a Popayán / a buscar lo que han perdido / debajo del arrayán. / ¿Dónde está el florón?”. Hay que recordar que, para el caso de Ibarra, efectivamente las carmelitas llegaron de Popayán para fundar el claustro y cuenta la leyenda que una riquísima dote (que servía como pago) fue escondida en un lugar secreto. Hay que mencionar, además, a los trompos y sus variantes, como el ‘cushpe’, al que había que dar latigazos para que se mueva. En estos temas sencillos estaban los ‘billusos’, hechos de envolturas de fino papel. (O)

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