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El Telégrafo

La fiesta sigue, ¡y qué!

02 de diciembre de 2011 - 00:00

En pantalla aparecen senos, culos y lindos rostros. Grandes escotes, pantalones apretados y sonrisas relucientes de jóvenes mujeres. Todas en primer plano; y al fondo la plaza de toros. Los más guapos y guapas, dice el comercial, deben estar en la plaza, porque la fiesta sigue. En esta ocasión, los comerciales para promocionar la feria taurina de Quito no fueron los matadores ni los toros, sino las mujeres.  Se trata de invitar a llenar la plaza, no para ver (y disfrutar) de las incidencias taurinas, sino para ver (y disfrutar) de las mujeres y sus escotes y sus preciosos culos y sus grandes sonrisas.  Y para tomar vino, y para escuchar flamenco y para, al menos, durante una semana, ser y parecer españoles.

El comercial, sexista y machista, refleja también lo que sucede en el ambiente de la fiesta brava. Los hombres, machos, son por supuesto galanes y conquistadores. La “valentía” para enfrentar al toro es un atractivo sexy que despierta pasión en las mujeres.  Se trata, entonces, no de ir a valorar la faena de los matadores; se trata de vivir el “ambiente” de la plaza.  Y por tanto, es para quien posee “glamour” y belleza. Quien no los tiene, que vaya a las calles y baile sanjuanitos y saltashpas.     

La fiesta sigue, es el eslogan principal. No importa que la mayoría de los quiteños y quiteñas, en consulta popular, haya decidido que no quiere más toros en sus fiestas. No importa que la mayoría quiera ya dar un salto, y olvidarse del maltrato y tortura a los animales. No importa, la fiesta sigue, ¡y qué!  El espíritu de la consulta, se supone, era evitar que el maltratar, torturar y matar a un animal sea un espectáculo público. Pero la falta de decisión de quienes integran el consejo municipal, su ambigüedad y su deseo de no correr ningún riesgo ante sus electores, ha hecho que, efectivamente, la fiesta siga. Y solo se produzca un cambio: que el animal maltratado y torturado en la plaza sea luego -de modo nada glamoroso- matado en la oscuridad de los corrales. Seguro que habría preferido morir en la arena. El cambio es entonces mínimo e incluso ridículo; ya no se entregan orejas del toro lidiado, sino una tratada previamente. 

En verdad las fiestas tradicionales tienen vida propia; son dinámicas y se transforman. Pero esos cambios no se dan por decreto.  Hace medio siglo se excomulgaba a quien jugaba carnaval con agua. Y la gente seguía jugando y lo sigue haciendo. Lo mismo con los toros, con seguridad, poco a poco, irán desapareciendo fiestas, como los toros, que incluyen maltrato al animal. De hecho, en América Latina, apenas si quedan unos cuantos países con actividad taurina: Perú, Colombia, Ecuador y México.

En todo caso, si tiene grandes senos y un espectacular trasero y quiere ser parte del “glamour” criollo, vaya a la plaza porque la fiesta sigue.

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