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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La economía política de los Juegos Olímpicos

12 de agosto de 2016 - 00:00

Una vez cada cuatro años hago lo mismo que buena parte del resto de mis conocidos: me siento frente a un televisor y veo a la élite del deporte desafiar los límites de la condición humana. También me voy enterando de todos los deportes que hay y cuestiono su validez como tales, pienso cómo no se los ve nadar tan rápido en televisión, pero luego me acuerdo de que cuando yo nado parece que en realidad me estoy ahogando, y hago comentarios como: “Si el ecuavoley estuviera en las Olimpiadas, seguro fuéramos medallistas… pero claro, el poder hegemónico”.

Las Olimpiadas también son un espectáculo público costoso que no siempre deja un legado positivo en su país anfitrión. No fue el caso de Sochi (Olimpiadas de Invierno) ni en Atenas, y tampoco parece que vaya a serlo en Río, donde las desigualdades internas y el conflicto político parecen explicar en parte los escenarios vacíos, las protestas en contra y las imágenes devastadoras de todo ese lujo desde favelas. A eso se suma que, al igual que otras organizaciones deportivas internacionales, el Comité Olímpico Internacional ha estado plagado de denuncias de sobornos y corrupción. Y si bien esto se solucionaría quitando tanto dinero de los Juegos, el retorno al amateurismo inicial no parece estar en los planes de nadie (incluidos los espectadores).  

Pero la condición de los Juegos Olímpicos no es exógena a su organización. Es decir, los Juegos Olímpicos son una manifestación adicional de un discurso y una praxis neoliberal que se permea en todos los espacios sociales. Más que un sueño de hadas, donde cualquiera puede lograr lo imposible, se ha corporativizado para saciar las ambiciones de todos aquellos ‘patrocinadores oficiales’ y sus inversiones millonarias. Y lo hacen de tal manera que creemos que es todo es justo, y nos dejamos bombardear por esta publicidad, nos dejamos convencer por su rol en las proezas (así sea McDonald’s).

El neoliberalismo creó un sistema donde se justifican las limitaciones y deficiencias de los perdedores del capitalismo y el éxito de sus ‘ganadores’ a través de su esfuerzo. “Es pobre porque es vago” es su lugar común. Las Olimpiadas, y el deporte profesional en general, siguen la misma lógica. “En la cancha son once contra once” esconde todo lo que está detrás de cada uno de los parados en esa cancha. Esconde las condiciones en las que cada uno llega, y el dinero detrás de estas condiciones que lo han permitido.

Y como en todo, están esas magníficas excepciones que inspiran. Están los Jefferson Pérez. Está Fiji jugando la final de rugby contra Reino Unido. Mientras parte del discurso menciona cómo “a pesar de las condiciones” lo han logrado, la mayor parte se fija en “el esfuerzo, la constancia, la tenacidad”, como si a los atletas del sur global les faltara esto. Como si nuestros atletas no ganaran medallas porque son vagos y poco dedicados.

Esa es la economía política de los Juegos Olímpicos, la reproducción de la retórica neoliberal y de la injusta distribución de oportunidades, la misma concentración de capital que se permea a todas las manifestaciones sociales. No es una excusa de mal perdedor. No quiero quitarle mérito al deportista-individuo. Es, más que nada, visibilizar unas relaciones políticas y económicas para que no se pierdan en el espectáculo. (O)

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